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Sí a las manifestaciones por la paz

Aquí puede estar la génesis de una nueva colectividad política, que respaldamos sin reservas.

En medio del limbo en que se encuentra Colombia como consecuencia del inesperado resultado del pasado 2 de octubre, surgen una serie de hechos que deben analizarse con objetividad. Lo primero que hay que decir es que nos sorprendió a todos. A los del Sí porque tal vez nos dejamos contagiar del excesivo optimismo de algunos miembros del Gobierno y confiamos, como ellos, en la seriedad de las encuestas que nos daban por seguros ganadores. No obstante, cálculos tan alegres resultaron inexactos y, por el contrario, el bando contrario nos ganó, así fuera por pequeño margen. Es una realidad que debemos aceptar.
Pero en las tablas del No también hubo sorpresa y desconcierto, cuyo resultado se les convirtió en una papa caliente. Solo cuando realizaron la responsabilidad que tenían de presentar nuevas alternativas distintas al “acuerdo final” se lanzaron al ruedo y se conocieron las propuestas no solo del Centro Democrático, sino de otras fuerzas políticas, que van desde la del expresidente Álvaro Uribe, echando por la borda prácticamente todo lo convenido en La Habana, hasta la de algunas iglesias cristianas respaldadas, naturalmente, por el exprocurador Alejandro Ordóñez, pidiendo la supresión de toda referencia al enfoque de género y diferencial que reconoce los derechos de las mujeres en los acuerdos.
Por nuestra parte, extrañamos que en el Acuerdo no exista una sola referencia a la política internacional cuando estamos ante la posibilidad de sufrir la cuarta derrota en la Corte de La Haya si no se modifica la absurda decisión de no concurrir a ella para defendernos de Nicaragua.
Todos coincidimos en que se busque una salida rápida para lograr la paz. Pero al ciudadano de a pie lo que le interesa es que todas las manifestaciones que se han oído en los últimos días sean sinceras y no obedezcan a intereses mezquinos o electoreros, con lo cual el país ya está cansado. Lo digo en razón a que algunos candidatos presidenciales ya han advertido sobre una posible demora para la concreción del Pacto Nacional que podría extenderse más allá de este año, con lo cual el tema de la paz quedaría inserto en la campaña electoral que se avecina.
Pero, parafraseando el poema La perrilla, de José Manuel Marroquín, “en más de una ocasión sale lo que no se espera”; en medio de esa confusión, surge como el ave fénix, un movimiento cívico de grandes proporciones. Estudiantes, campesinos, indígenas, desplazados y víctimas del conflicto armado desfilan pacíficamente pidiendo al unísono el Acuerdo Ya, sin dilaciones.
Hacía mucho tiempo que no se veía un movimiento de tales proporciones, con una participación nunca vista de la juventud. El ‘campamento de la paz’, integrado por 75 carpas con concurrencia permanente y a veces itinerante de cientos de personas instaladas en la plaza de Bolívar, junto con el lienzo blanco en el que están estampados los nombres de 2.000 víctimas, elaborado por la escultora Doris Salcedo, son un signo inequívoco de los propósitos del movimiento.
Se trata de un grupo de jóvenes estudiantes e independientes que les están enviando un mensaje al Gobierno y a los partidos políticos, que ya no tienen mucho que ofrecerles. En él expresan no solo su vocación inquebrantable de paz, sino el firme deseo de que Colombia sea un país distinto; en que, como los más auténticos representantes de la sociedad civil, tengan la oportunidad de participar en las grandes decisiones del país. No creo que sus manifestaciones sean flor de un día ni que se dejen convencer con las promesas de siempre. Aquí puede estar la génesis de una nueva colectividad política, que respaldamos sin reservas. Es a ellos a los que hay que oír, y no a los politiqueros de siempre.
Enrique Gaviria Liévano
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