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Vuelve la conga a América Latina

El viejo baile de la conga cubana, con sus pasitos para atrás y un pasito pa'delante, volvió a ponerse de moda en Venezuela, México, Brasil y Colombia.

Sergio Muñoz Bata
La semana pasada, en Venezuela, cientos de miles de ciudadanos tomaron las calles de Caracas para protestar contra el desgobierno de Nicolás Maduro. La respuesta del delfín de Hugo Chávez y su camorra fue predecible: más encarcelamientos, detenciones, bloqueos de autobuses, creación de retenes, cierre de rutas del metro, prohibición a las televisoras de cubrir la manifestación, expulsión de corresponsales extranjeros, prohibición de vuelos de drones que pudieran documentar la magnitud de la marcha.
De nada valió, la gente salió a la calle a manifestar su repudio al régimen de la misma manera que antes habían acudido a las urnas para ganar la mayoría en la Asamblea Nacional.
Otro ejemplo del avance de la sinrazón sucedió en México, cuando el pésimo olfato político y la imperdonable falta de dignidad del presidente Enrique Peña Nieto le dieron legitimidad y estatura de jefe de Estado al patán estadounidense que lleva un año insultando a todos los mexicanos. Al recibirlo en la casa presidencial, unas horas antes de que pronunciara su más intolerante discurso en contra de los inmigrantes de color, Peña Nieto ha ofendido a los mexicanos y disminuido su ya pequeña estatura. En cuanto a Trump, espero que guarde en un cajón de oropel su primera y última fotografía mostrándolo como casi-jefe de Estado.
La tercera sinrazón de la semana sucedió en Brasil, donde se consumó la remoción de la presidenta Dilma Rousseff, en lo que muchos describen como “un golpe de Estado legislativo” y otros consideran un “juicio político legal”, aunque basado en dos premisas muy débiles. El “crimen de responsabilidad” del que se le acusa por haber maquillado el gasto del Gobierno antes de las elecciones palidece frente a la corrupción probada de sus acusadores.
Maniobrar políticamente para destituir a una presidenta electa democráticamente en una región donde el estado de derecho es “una vaga y confusa realidad” es preocupante.
La buena noticia es que en este desolador panorama, Colombia ha dado importantes pasos para volver a la razón con la firma de los acuerdos de paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las Farc. Los acuerdos deben ser refrendados por la ciudadanía en un plebiscito que se celebrará el 2 de octubre, pero, según las encuestas, la inmensa mayoría de los colombianos piensan que la negociación es la mejor manera de resolver un conflicto que lleva más de medio siglo. También indican que la mayoría votará por el ‘Sí’ en el plebiscito.
Llegar a esta etapa no ha sido nada fácil y todavía hoy quedan escollos. Sobre todo en lo referente al castigo que merecerían los responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad. Los acuerdos no son perfectos, pero ofrecen la mejor oportunidad de disminuir y, eventualmente, acabar con la violencia, las desapariciones, las migraciones forzadas y los horrores de una guerra que se ha prolongado por más de medio siglo. En Colombia, hoy, existe una enorme probabilidad de que predomine la razón.
En medio de la conga latinoamericana y sus pasos para atrás y otros pa’delante, Abraham Lowenthal ha propuesto una fórmula para sacar a Venezuela del hoyo negro. Su argumento central es que si en Brasil, Chile, Polonia o España se ha podido dialogar para transitar a la democracia, es razonable pensar que en Venezuela se pueda dar un proceso de diálogo, mediación y negociación, con la asistencia de la comunidad internacional.
Yo conozco y respeto el trabajo de Lowenthal sobre las transiciones democráticas en el mundo; no obstante, mis dudas persisten. Si Maduro y su camorra fueran razonables, aceptarían que la mayoría de los venezolanos exigen un referendo para decidir el futuro del país. El problema es que viven de y en la sinrazón.
Sergio Muñoz Bata
Sergio Muñoz Bata
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