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Trump se tropieza con la justicia

Mientras dure la ocupación republicana de la Presidencia y el Congreso estadounidense, mayor será la urgencia de acudir a los tribunales de justicia y a las autoridades estatales para contenerlos.

Sergio Muñoz Bata
La Corte de Apelaciones del Noveno Circuito ha impedido que Donald Trump abuse del poder que le confiere la silla presidencial al suspender la orden de prohibir la entrada al país a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana. En una decisión que le honra, el sistema judicial estadounidense ha reafirmado su independencia garantizando el respeto a los derechos de los individuos, independientemente de su estatus migratorio en el país.
El tribunal ha argumentado que los abogados de Trump no presentaron pruebas de que los ciudadanos de estos siete países, Siria, Irak, Irán, Yemen, Libia, Somalia y Sudán, que contaban con las visas y los permisos necesarios para entrar o regresar a Estados Unidos, representan un peligro real para el país. El decreto de Trump, que afectó a unas 60.000 personas (no las 109 que Trump maliciosamente reconoce), fue denunciado por los estados de Washington y Minnesota ante un juez federal de Seattle que falló suspenderlo mientras se resolvía su constitucionalidad y, finalmente, fue ratificado por la Corte de Apelaciones. Es probable que Trump decida llegar hasta la Suprema Corte de Justicia para defender su orden o que emita una nueva. El fracaso, sin embargo, ha sido importante para evidenciar que por la vía judicial se pueden contener los impulsos irracionales del Presidente.
En Estados Unidos es una costumbre sacrosanta de los presidentes republicanos prometer que una vez que asuman el poder arreglarán el desbarajuste de país que les dejaron sus antecesores. En 1968, Richard Nixon dijo que, con la ayuda de Dios y de los ciudadanos, erradicaría el crimen del país y terminaría las guerras en el extranjero. Todos sabemos que su presidencia terminó en la ignominia. En 1980, después de describir el país que heredaba de Jimmy Carter en términos apocalípticos, Ronald Reagan apeló a la ciudadanía a restablecer los “valores” tradicionales norteamericanos. Valores que fueron ignorados durante el affaire Irán-Contra. En el año 2000, George W. Bush inventó que el país estaba en serios problemas y se comprometió a resolverlos. Su solución nos llevó a la crisis económica del 2008 y a las guerras en Irak y Afganistán.
Trump empieza su presidencia empeñado en asustar a sus compatriotas con visiones catastróficas del país y del mundo y presentándose como el salvador del planeta. La acusación contra los ciudadanos de los 7 países de mayoría musulmana es un ejemplo perfecto de la narrativa de horror que no resiste un análisis serio. En los últimos cuarenta años, solo 20 de 3,25 millones de refugiados admitidos en Estados Unidos han sido declarados culpables de intentar o de cometer un acto terrorista en EE. UU. Y de 1975 a la fecha, los terroristas han venido de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Egipto y Líbano, y ninguno de estos países está en la lista de Trump.
Otro tema irracional es la embestida de Trump contra México. ¿Cómo puede el Presidente de la superpotencia económica, militar y cultural que hace décadas domina todo el mundo insistir que México victima a EE. UU. y se empeñe en obligarlo a aceptar concesiones humillantes? Con razón el 89 por ciento de los mexicanos tiene una mala opinión de Trump, según una encuesta de BGC publicada en el diario Excélsior.
En acertadas analogías, Enrique Krauze ha comparado a Trump con Calígula, en Letras Libres; y Klaus Brinkbäumer, de Der Spiegel, con Nerón. A Calígula, como a Trump, le divertía humillar a sus adversarios y exigía que sus súbditos lo tratasen como si fuera Dios. Nerón era un psicópata extravagante muy dado a la violencia y al derroche, y quien persiguió con furia a quienes consideraba sus enemigos. Ambos pasaron a la historia como una anormalidad en un imperio que, a pesar de ellos, tuvo sus páginas de gloria.
Sergio Muñoz Bata
Sergio Muñoz Bata
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