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La peligrosa furia de Trump

Wolff hace un inclemente retrato del caos en una casa presidencial presidida por un maniático.

Que sus detractores, entre los cuales me cuento yo, dudemos de la capacidad intelectual del presidente y lo juzguemos incapacitado para estar en el puesto no es nada nuevo. Lo inusitado, si acaso, han sido las revelaciones hechas en dos libros recientes sobre la salud mental de Donald Trump.
En ‘Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump’, Michael Wolff hace un inclemente retrato del caos en una casa presidencial presidida por un maniático violento, inseguro e ignorante, obsesionado por trivialidades como su cepillo de dientes, y en la que reinan la confusión, las luchas internas, las traiciones y los insultos.
Lo más chismoso, sin duda, es el pleito entre Steve Bannon, exestratega en jefe de la Casa Blanca, y los lacayos de Trump, pero lo más trascendente es el enorme número de colaboradores, amigos y empleados del presidente que lo tachan de “idiota” utilizando la enorme gama de sinónimos que la palabra tiene.
De los detractores de Trump dentro del gabinete presidencial, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, y el exjefe de gabinete Rince Priebus piensan que es un “imbécil”. Su principal asesor económico, Gary Cohn, lo considera un “bruto de mierda”; su secretario de Estado, Rex Tillerson, un “tarado”; su asesor de Seguridad Nacional, H. R. McMaster, un “mamerto con la inteligencia de un niño de ‘kindergarten’ ”, y el personal de la Casa Blanca habla de él como “el idiota rodeado de bufones”.
Sus amigos no son más benignos con los adjetivos. Rupert Murdoch, el dueño de Fox News, lo llama “estúpido”, y Thomas Barrack dice: “No solo está loco, sino que es un bruto”.
Tampoco sus colegas del Partido Republicano le tienen respeto. El senador Marco Rubio dijo que era un “lunático” de “manos chiquitas”. Otro Senador, Rand Paul, lo describió como un “narcisista delirante”. Jeb Bush le recomendó que buscara un “terapista”. Ted Cruz dijo que era “completamente amoral”. El excandidato presidencial por el Partido Republicano Mitt Romney lo llamó “farsante... de temperamento inestable”; Lindsey Graham, “chiflado”; la senadora Susan Collins dijo estar “preocupada por su salud mental”. El senador Bob Corker duda de que Trump tenga la “estabilidad y la habilidad para tener éxito en su presidencia” y describe la Casa Blanca como “una guardería para adultos”, y el senador Jeff Flake renunció a una posible reelección aduciendo que “no podía seguir siendo cómplice en el Senado de la “imprudente, escandalosa e indigna conducta” de Trump.
Tony Schwartz, el periodista que Trump contrató para que le escribiera ‘El arte de la negociación’ hace 30 años y quien convivió con él 18 meses, cuenta del remordimiento que sintió cuando Trump anunció su candidatura: “Le puse labial a un cerdo”, dijo en una entrevista a ‘The New Yorker’, y agregó: “Creo sinceramente que si Trump gana y obtiene los códigos nucleares, existe una enorme posibilidad de que nos conduzca al final de la civilización”.
Pero, sin duda, la advertencia más grave de todas es la hecha por 27 psiquiatras y especialistas en salud mental, profesores en universidades como Yale, Harvard o Johns Hopkins, en el libro ‘The Dangerous Case of Donald Trump’. Preocupados por “su progresiva pérdida de contacto con la realidad, su creciente volatilidad, su comportamiento impredecible y su marcada atracción a la violencia para enfrentar problemas, características que ponen a nuestro país y al mundo en riesgo de un peligro extremo, instamos a los ciudadanos y al Congreso a someter al presidente a una evaluación urgente hecha por un panel independiente de expertos en salud mental”.
Como era de esperarse, Trump ha respondido autonombrándose “genio estable”, razón de más, creo yo, para apurar la evaluación de su salud mental.
SERGIO MUÑOZ BATA
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