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Dos gallegos al rescate del capitolio

Alentadora la historia de una familia inmigrante que restaura el patrimonio cultural estadounidense.

Dos maestros canteranos gallegos van camino a Washington D. C. a restaurar capiteles, balaustradas y flores de piedra en el Capitolio del Congreso y en la fachada de la Corte Suprema de Justicia en Washington D. C.
La noticia en el Faro de Vigo me causó una enorme alegría porque me parece maravilloso que en Pontevedra (Galicia) sobreviva una escuela provincial de canteros donde se cultiva uno de los oficios más bellos y viejos del mundo.
Hace un poco más de una década vi cómo en la construcción de la casa contigua a la mía, en Redondo Beach (California), las columnas, los capiteles, balaustradas y molduras de la casa estaban hechas de un material plástico espumado derivado del poliestireno.
¿Cómo es posible –me pregunté deprimido– que un material natural que le dio forma a La Esfinge egipcia, que adornó la fachada del Partenón, que entretejió las telarañas de mampostería de las catedrales europeas en Chartres, Burgos o Colonia lo hayan reducido ahora a un plástico comprimido? ¿Por qué está desapareciendo un oficio celebrado en la fantástica Torre de Babel, de Pieter Brueghel el viejo, que en la parte inferior izquierda del cuadro retrata a los canteros labrando la piedra que cubrirá la inacabada construcción?
En rigor, mi shock cultural, como habría dicho Alvin Toffler, empezó la primera vez que fui a Disneylandia y descubrí sus rocas de cartón corrugado, sus palmeras de cartoncillo, sus ríos artificiales y un flamante castillo medieval recién construido siguiendo el modelo de los escenarios de Hollywood, donde los decoradores lo mismo reproducían la Corte del rey Arturo que la selva amazónica de Tarzán o una batalla naval en la que Errol Flynn derrotaba a los piratas franceses, en 1955.
La empresa que contrató a los maestros canteros Francisco Castro y Manuel Rial fue fundada por un emigrante español cuyos descendientes siguen hoy al frente del negocio. En estas épocas en las que los inmigrantes de habla hispana somos vistos con recelo, y se cuestiona nuestra capacidad para contribuir positivamente al desarrollo económico, cultural y social del país, es alentadora la historia de éxito de la familia Seara. El abuelo materno de Manuel y Rosa Seara García, los actuales directores de la empresa, fue escultor; y el paterno, cantero. Su padre, Manuel Seara, emigró a Baltimore a los 14 años y unos años después, en 1975, fundó la empresa Lorton Stone, que se dedicó a realizar trabajos de piedra en residencias. La compañía creció construyendo edificios, monumentos, oficinas hasta que empezó a trabajar restaurando monumentos y edificios históricos. Además del Capitolio y la Corte Suprema, la compañía de los hermanos Seara ha trabajado también en el Monumento a Washington, en la catedral de la ciudad capital y en otros edificios históricos menos reconocibles.
A los maestros canteros de Pontevedra los contrataron porque quedan pocos en el mundo que conocen el oficio, y estos difícilmente sobreviven porque el ánimo comercial que predomina en la arquitectura actual obliga a rebajar costos, a construir rápido y a pensar en construcciones cuya vida útil apenas si rebasa los 30 años.
Me horroriza pensar que cuando llegue el momento de restaurar los rosetones de la catedral de Notre Dame, en París; las monumentales cabezas olmecas de Tres Zapotes, en Veracruz; los arcos bizantinos de San Marcos, en Venecia; el mármol del Taj Mahal, en Agra, o la Gran Muralla china, nos veamos obligados a reproducir el mundo de plástico de Disneylandia porque ya no queden en el mundo maestros canteranos como Castro y Rial, ni haya escuelas como la de Pontevedra, empeñadas en preservar el patrimonio cultural de la humanidad.
SERGIO MUÑOZ BATA
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