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Crisis de identidad

Han sido los intereses partidistas los que han querido suplantar la voluntad popular en Cataluña.

Sergio Muñoz Bata
En la víspera de la elección del 21 de diciembre, Cataluña está partida. Nadie sabe con certeza si la mayoría de los catalanes quiere independizarse de España o si se siente catalana y española.
La declaración unilateral de independencia posterior al referendo del 1.° de octubre no tiene validez porque no contó con el apoyo mayoritario de los catalanes y porque estuvo plagada de irregularidades.
Lo que sí resulta evidente es que han sido los intereses partidistas los que han querido suplantar la voluntad popular. En vez de dialogar para establecer bases sensatas para acordar un referendo pactado, los partidos políticos de uno y otro bando se apresuraron a manipular el delicado y complicado asunto.
Aunque en la elección de diciembre no se votará directamente a favor o en contra de la independencia, es evidente que, cualquiera que sea el resultado, Cataluña continuará políticamente dividida muy probablemente en dos partes más o menos iguales.
Según el sondeo de Metroscopia recién publicado por el diario El País, tanto la suma de partidos políticos que defienden la integridad española como la de los partidos que abogan por el independentismo obtendrían ambos el 46 por ciento de los votos.
Quienes argumentan en favor de la independencia tanto como los que están en su contra dicen basar sus argumentos en la ley, la historia, la lengua común, la cultura, el concepto de nación y las diferencias entre ‘nación’ y ‘nacionalidad’.

Nadie sabe con certeza si la mayoría de los catalanes quiere independizarse de España o si se siente catalana y española.

Y como si el enredo no tuviera suficientes complicaciones, al debate nacional se ha sumado uno nuevo entre un sector de la prensa extranjera y la de España que es sumamente ilustrativo. Los desencuentros entre ambas visiones son muchos y algunos de ellos son sustanciales. El más importante, creo yo, es el derecho al voto.
Para el Gobierno, la prensa y la mayor parte de la opinión pública española, a diferencia de las leyes en Gran Bretaña o Canadá, el texto de la Constitución española no permite la celebración de un referendo unilateral porque la soberanía nacional reside en todo el pueblo español.
En este sentido, cualquier referendo debería ser votado por el conjunto de los españoles, no solo por los catalanes. Y abogar por la reforma de los artículos primero y segundo de la Constitución equivaldría a renunciar a toda la Constitución. Una alternativa que es anatema para la mayoría de los españoles.
El argumento legal, sin embargo, no convence a un puñado de periodistas extranjeros, sobre todo ingleses y norteamericanos, quienes consideran que lo democrático sería permitir un referendo para determinar si quieren independizarse o si quiere permanecer dentro de España.
Para darle peso a su tesis, nos recuerdan que hubo un momento en la historia en el que la esclavitud fue legal, hasta que se cambió la ley.
Desde mi punto de vista, no deja de ser anacrónico que en la época de la globalización, que nos ha obligado a convivir con múltiples identidades –de género, étnicas, raciales, religiosas y sexuales–, exista un grupo que insiste en definir su identidad basado en un criterio tribal monolítico. ¿Cómo me autodefino yo? ¿Soy mexicano? ¿Chicano? ¿Americano? ¿Heterosexual? ¿Blanco? ¿Mestizo?
Sostener, como lo han dicho los independentistas catalanes, que su causa es democrática es una aberración porque insiste en negar la pluralidad de la sociedad española actual. Es una tergiversación del significado de la palabra porque pretende excluir a esa otra mitad que no piensa como ellos mediante un referendo en el que no participó más de la mitad de la población que resultaría afectada.
Sé que la solución del asunto catalán no es sencilla, pero también que la vía para resolverlo exige aceptar la pluralidad y rechazar la identidad unívoca.
SERGIO MUÑOZ BATA
Sergio Muñoz Bata
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