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A negociar respetando las lecciones de la historia

Ahora que Trump quiere socavar la confianza entre Estados Unidos y México, Peña Nieto debe recordar el patrimonio histórico de su país y negociar con valor, dignidad e inteligencia.

Como estadounidense nacido en México, no puedo perdonarle a Donald Trump sus insultos y haber lanzado su candidatura usando a México de chivo expiatorio. Al mismo tiempo, sin embargo, tengo mis dudas de que el Gobierno mexicano esté preparado para darle la batalla.
Durante casi dos años, cada vez que Trump nos acusaba de ser criminales y violadores ante un auditorio que rugía como si estuvieran en el coliseo romano viendo a los leones devorar cristianos, las tímidas respuestas del Gobierno mexicano ahondaban la herida. Y en medio de la andanada de vejaciones vino la oprobiosa invitación a Trump a que visitara la casa presidencial. Aunque esta no es la primera vez que México sufre la hostilidad de Estados Unidos, sí es la primera en la historia moderna en la que el Presidente de México desoye el clamor de la gente, que le exigía respuestas valientes y no visitas de cortesía.
El contraste entre la obsecuencia de Peña Nieto y la postura nacionalista del presidente Lázaro Cárdenas en 1938 no podía ser mayor. Cuando las compañías petroleras desafiaron la orden de la Suprema Corte de Justicia para terminar con la discriminación salarial de los trabajadores mexicanos y ofrecerles el mismo pago que a los extranjeros, Cárdenas ordenó la expropiación de la industria a pesar de las presiones y amenazas del Departamento de Estado, del Gobierno británico y de las poderosas compañías petroleras. El día del anuncio de la expropiación, los mexicanos celebraron en las calles, y un enorme sentimiento de solidaridad unificó a todas las clases sociales del país. Las señoras adineradas donaron sus joyas y las más humildes, sus gallinas para recolectar el dinero para pagar la indemnización a las petroleras.
Y todos recordamos con orgullo cómo el presidente Miguel de la Madrid trabajó para forjar una alianza continental en oposición a la insensata guerra de Ronald Reagan en América Central, formando el Grupo de Contadora con Panamá, Colombia y Venezuela, y posteriormente con Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. En esas épocas, México tuvo las agallas para enfrentarse al coloso del norte.
A la fecha, no sabemos si México ha buscado aliarse con otros gobiernos del continente para lidiar con una deportación de 11 millones de personas. El Gobierno mexicano ha dicho que defenderá los intereses de la nación sin “sumisión ni confrontación”. ¿Significa eso que México le hará ver a Trump que la integración de Norteamérica es compleja y que no se pueden alterar uno o dos de sus componentes sin desvirtuar el todo? Si se discute el muro, ¿se incluirán provisiones para detener el flujo de armas que nutren a los carteles mexicanos que surten de droga a los norteamericanos? ¿Debe México seguir cooperando con el Gobierno de EE. UU. en temas de seguridad? Si hay deportaciones, ¿se incluirá en la discusión la cooperación mexicana con las autoridades norteamericanas para detener inmigrantes de otros países a Estados Unidos?
Nadie lo sabe porque Trump cree que la incertidumbre es una virtud. Con el tratado de libre comercio, en poco más de dos décadas el comercio se ha triplicado y el bajo precio de las mercancías importadas representa un enorme beneficio para el consumidor.
México debe utilizar todos los instrumentos legales a su alcance para dilatar las deportaciones y apoyarse en las comunidades latinas. Sobre todo, debe seguir la misma estrategia que Carlos Salinas y su equipo utilizaron en la negociación del TLCAN para convencer a estadounidenses y mexicanos de que siglos de desconfianza y abusos norteamericanos podían ser superados, de que comenzaba una nueva era de amistad y confianza. Ahora que Trump quiere socavar esa confianza, México debe acudir a su historia para recuperar la dignidad y la confianza.
Sergio Muñoz Bata
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