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Estatus de terroristas

La polarización en la que ha caído el país se pretende dirimir acusando a la contraparte de estar mintiendo.

La polarización en la que ha caído el país se pretende dirimir acusando a la contraparte de estar mintiendo. Pero en este juego de verdades a medias y mentiras completas el Gobierno es el que pierde de lejos, no solo porque ha hecho fuertes apuestas para que las Farc les caminen al acuerdo, sino porque también lo ha hecho para que los colombianos crean ese acuerdo.
Desde la orilla oficial se intenta restarles crédito a las críticas del uribismo con alegatos livianos, casi pueriles. Unos tienen que ver con el proceso mismo, verbigracia, “las Farc no fueron derrotadas”, “todas las guerras terminan en acuerdos”, “nadie firma un acuerdo de paz para terminar en la cárcel”, “los desmovilizados siempre dejan el fusil para participar en política” o –el más chocarrero de todos– “aquí siempre ha sido así”.
Otras razones que esgrimen van directamente encaminadas a atacar a los opositores más conspicuos, como “Uribe lo que quiere es venganza”, “Uribe también intentó dialogar con las Farc”, “Uribe también les dio impunidad como cuando liberó a ‘Granda’ ” o “Pastrana no tiene autoridad moral por las pésimas negociaciones del Caguán”.
No obstante, si yéndose por las ramas y saliéndose por la tangente no alcanzan a generar confianza ni a acallar las críticas, peor les va cuando se meten en la hondura de las odiosas comparaciones: que ‘hubo impunidad en el proceso con los paramilitares y que si la Corte Penal Internacional se aparece por aquí es a meterle mano a eso’. Y eso lo dice quien negoció con Escobar su reclusión en una finca de recreo y cuyo gobierno luego se alió con los ‘paras’ –bajo la divisa de los ‘Pepes’– para aplicarle la extremaunción.
La verdad es que añoraremos los cánones de la ley de Justicia y Paz cuando padezcamos unas Farc legalizadas –no desaparecidas, como nos prometen– y enseñoreadas del país por los cuatro puntos cardinales.
Los 14 máximos cabecillas paramilitares, tan narcos como los de las Farc, fueron extraditados y cumplen largas condenas en duras prisiones, compartiendo minutos de sol con ‘Simón Trinidad’. Otros líderes, como Ramón Isaza y Freddy Rendón, alias el ‘Alemán’, además de cerca de 2.000 mandos medios, todos tan culpables de delitos de lesa humanidad como los perdonavidas de las Farc, han ido cumpliendo sus condenas de ocho años, que no son lo mismo que ‘padecer’ las sesiones congresionales, de martes a jueves, en un mullido sillón de cuero.
Que hay 20.000 paramilitares en la calle. Sí, porque el sistema judicial colapsaría si se dedicara a juzgar y condenar a esa cantidad de gente, y porque los combatientes rasos –a los que habría que pedirles perdón, como dice el señor Armitage– no tienen tanta responsabilidad y muchos de ellos son verdaderas víctimas que han sido forzosamente reclutadas, sexualmente abusadas, con su infancia destrozada y hasta asesinadas, sobre todo en esas purgas de la paranoia bolchevique. Lo importante, pues, era la reinserción a la sociedad y, según la Agencia Nacional para la Reintegración, cerca del 80 por ciento de estas personas se han mantenido en la legalidad, las ‘bacrim’ de hoy no son los ‘paras’ de ayer.
Los ‘paras’ han dicho la verdad sobre miles de crímenes, han entregado la ubicación de los restos de centenares de sus víctimas y han pedido perdón. Pero como no se puede tapar el sol con un dedo, los “honestos” se vienen con el argumento de que los ‘paras’ eran simples escuadrones de la muerte en tanto que las Farc tienen dizque “estatus internacional”. Eso qué es, ¿la beligerancia que les quería reconocer Hugo Chávez? Ellas sí tienen estatus internacional, pero de terroristas. Colombianos: ¿no hay suficientes muestras ya de que esto es una entrega?
Saúl Hernández Bolívar
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