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Delinquir sí paga

Aquí la justicia es como una piñata. Gente como los Nule o los Moreno son recluidos en mansiones.

Un estudio del University College, de Londres, concluyó –como lo reseñó este diario– que la gran corrupción comienza con actos pequeños: “actos menores que al repetirse se deslizan hacia situaciones más graves”. Un hallazgo que, sin duda, debe ser aplicable no solo a los corruptos, sino a cualquier tipo de delincuente, llámese violador, asesino o terrorista. Es que, en realidad, como suele decirse, descubrieron el agua tibia.
En el mismo informe se menciona un estudio del 2014 de la revista 'Frontiers in Behavioral Neuroscience' que afirma que “el hombre es corrupto por naturaleza: piensa primero en el bien propio, luego considera reglas morales y sociales (castigos y percepciones), y sobre ese equilibrio se proyecta”. Es decir, “la corrupción es inherente al ser humano”, como lo dijo uno de los filósofos Nule.
Sin embargo, es evidente que en las distintas sociedades la corrupción y la criminalidad se manifiestan en grados diferentes, lo cual tiene mayor relación con los valores culturales dominantes que con la pobreza u otros infortunios. Podría decirse que en las sociedades más avanzadas está bien interiorizado el concepto de que todo acto trae consigo una consecuencia, y se ha logrado que la mayoría de los individuos sean conscientes tanto de los efectos ajenos como de los propios, donde se incluye el castigo.
Si en Holanda están cerrando las prisiones no es porque se desdeñe el valor correctivo del encierro, sino por la disminución del delito. En cambio, en Colombia parece que se quisiera hacer lo contrario, disminuir la criminalidad suprimiendo el castigo para encubrir la ineptitud gubernamental.

Nuestros valores están tan podridos que, para las autoridades, en un caso de rehenes, es más importante respetar la vida del agresor que preservar la integridad de las víctimas.

Da vergüenza, por ejemplo, que tanto el anterior ministro de Justicia (Jorge Eduardo Londoño) como el actual (Enrique Gil) pregonen que para solucionar el hacinamiento carcelario se debe acabar el populismo judicial, que no se necesitan más cárceles o que el encierro debe ser algo excepcional, para unos pocos casos.
Mientras gente como los Nule o los Moreno Rojas son recluidos en sus mansiones, en cómodas instalaciones militares o en pabellones especiales, a la destituida presidenta de Corea del Sur, presa por cargos de corrupción, le impusieron un estricto régimen carcelario como el de cualquier preso, sin privilegios.
Aquí la justicia es como una piñata. A Rafael Uribe Noguera lo condenaron a 51 años de prisión, pero con las rebajas por trabajo y estudio pagaría 34 años. Además, si le otorgan libertad condicional por cumplir las tres quintas partes de pena, como es usual, saldría en 20 años. Y podría ser mucho antes si le descuentan un quinto de pena por visita papal. ¿Qué de raro tendría si el asesino de Claudia Giovanna Rodríguez apenas pagó diez años por matar a dos personas e intentar asesinar a su primera esposa? Para la jueza, este bribón era ¡un preso ejemplar!
Nuestros valores están tan podridos que, para las autoridades, en un caso de rehenes, es más importante respetar la vida del agresor que preservar la integridad de las víctimas: a Claudia Giovanna la dejaron morir desangrada por apegarse a esas mismas teorías que sustentan el otorgamiento de curules a autores de abominables crímenes contra la humanidad.
Bien dice la psicóloga forense Lilian Janeth Ospina, que “cuando la justicia no es efectiva, este tipo de criminales (los feminicidas) saben que si cometen una violación y un homicidio, la ley será laxa con ellos”; y que “en la medida en que esas personas comiencen a ver que sí hay un castigo y que sus conductas son un delito, se contribuye a evitar muertes femeninas”.
Pero aquí no se hacen valer ni las multas de tránsito. ¿Qué clase de país se puede construir donde delinquir sí paga?
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR
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