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Abuso sexual, patriarcado e impunidad

El movimiento #MeToo nos ha permitido abordar unos temas que antes no se debatían.

Sara Tufano
La denuncia hecha por Claudia Morales en su columna demuestra que el movimiento #MeToo se instaló en Colombia. No sabemos los alcances que este tendrá, eso es algo que dependerá de nosotras. Lo que sí es cierto es que el efecto dominó que algunos le atribuyen está mediado en cada país por dos elementos: su estructura patriarcal y el nivel de impunidad. Colombia es uno de los países con mayor impunidad en el mundo, y este es precisamente uno de los síntomas de la precariedad de su democracia.
La columna ha tenido una gran repercusión por la gravedad de los hechos y porque Claudia Morales y “Él” son figuras mediáticas. Apenas publicada, la denuncia entró a formar parte del debate público. Una denuncia así, en este momento electoral y en un país tan polarizado, difícilmente podía no tomar un matiz político, y muchos nos estamos preguntando si tendrá incidencia en el debate electoral y, más importante aún, si servirá para que otras mujeres se atrevan a denunciar.
Lo primero que le reprocharon a Claudia Morales fue el haber esperado hasta este momento para hablar. Como si su denuncia no hubiera estado sustentada en un movimiento mucho más amplio. Es justamente esta coyuntura la que la motivó y le permitió contar su historia. El movimiento #MeToo nos ha permitido abordar unos temas que antes no se debatían, con todas las diferencias que este debate ha generado entre hombres y mujeres y entre las mismas mujeres.
Aunque en su columna Claudia Morales defendía el silencio, algunos le criticaron y le siguen criticando el no haber revelado la identidad de “Él”. La violación, el trauma causado y las desigualdades de género pasaron a un segundo plano, pues la reacción de muchos, la mayoría de ellos hombres, fue la de una preocupación desmedida por el buen nombre de sus jefes y la tranquilidad de sus esposas.

Es justamente este proceso de revictimización el que no permite que muchas mujeres denuncien.

Así, las especulaciones sobre la identidad de “Él” no se hicieron esperar: rápidamente fueron divulgados los nombres de los jefes de Claudia Morales, incluido el del expresidente Álvaro Uribe. Los rumores que se generaron alrededor de este nombre se expandieron tanto que el caso apareció en el prestigioso diario francés ‘Le Monde’. Uno de sus artículos afirmaba: “En Colombia, el expresidente Álvaro Uribe, sospechoso de violación”, lo que de inmediato puso en alerta a su guardia pretoriana en las redes sociales y medios de comunicación.
Es justamente este proceso de revictimización el que no permite que muchas mujeres denuncien. El caso de Claudia Morales tiene además un factor que la desestimuló por mucho tiempo a hablar, pues se trata de una violación en el contexto de una relación de poder entre una subalterna y su jefe, pero no cualquier jefe, alguien muy poderoso y con un margen de peligrosidad importante. Estos elementos cumplirán un papel importante en los próximos acontecimientos.
Las mujeres que han criticado el movimiento #MeToo por considerarlo una cacería de brujas, los hombres que están preocupados porque ven en esto el fin de la seducción y, por ende, el de la especie humana, o los que piensan que es posible llegar a un punto intermedio entre el movimiento #MeToo y el #PasMoi, olvidan algo fundamental: los hombres y las mujeres se posicionan de manera diferente en relación con la sexualidad.
A partir del siglo XX, el movimiento feminista socavó la autoridad masculina en el seno del hogar y del trabajo, principales pilares de la masculinidad. En ese contexto, la sexualidad reemplazó estos pilares y se convirtió en uno de los símbolos de estatus más significativos de la masculinidad. Según la socióloga Eva Illouz: “Los hombres afirman su poder social sobre las mujeres y sobre otros hombres ejerciendo una dominación sexual sobre muchas mujeres. Es decir, si la sexualidad es un espacio de lucha, entonces, en las sociedades tradicionales, los hombres poderosos son claramente los que la dominan”.
A lo anterior hay que sumarle las particularidades de la masculinidad latinoamericana, el machismo, que hunde sus raíces en la conquista española y la historia colonial.
Y a eso agregarle la histórica impunidad de la que gozan los poderosos en Colombia. Hace tan solo unos días fue publicado en El País de España un artículo que mostraba ese doble rasero de la justicia en Bogotá, pero que perfectamente se podría aplicar al resto del país: “¿Por qué un crimen de estrato seis se resuelve con rapidez y otro de estrato uno tarda meses en esclarecerse o queda impune?” Lo mismo se podría decir en relación con los asesinatos de los líderes sociales. Los ejemplos abundan.
A pesar de que no hubo una denuncia formal de la periodista Claudia Morales, la Fiscalía se vio obligada a abrir una investigación penal. Que se sepa quién fue “Él” y que la Fiscalía produzca una sanción penal y social sería una victoria para el país, pero sobre todo para el movimiento de mujeres. Estaría socavando una larga tradición de impunidad en un contexto concreto de violencia de género. Sería una clara señal de que los tiempos están cambiando.
SARA TUFANO
Sara Tufano
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