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Sancocho de Año Nuevo

No hay que ser ministro de nada para saber que no empieza bien este Año Nuevo.

Yolanda Reyes
“Yo entiendo la dificultad y el esfuerzo que significa para los colombianos subir el IVA, pero esta reforma deja por fuera los productos de consumo básico... como la leche, la carne, el pollo, las verduras y las frutas para el sancocho que se sirve en las mesas de los ciudadanos”, declaró el Ministro de Hacienda con esa condescendencia que suelen usar algunos funcionarios para referirse a lo que ellos denominan “los colombianos de a pie”. Su frase me recordó una viñeta de Mafalda en la que Susanita dice que cuando sea grande hará banquetes de caridad y enumera los platos que les ofrecerá a sus distinguidos comensales para recaudar fondos y comprar sémola, fideos y “todas esas porquerías que comen los pobres”.
Más allá de lo anecdótico, esa idea cándida –o cínica– que expresa el Ministro sobre el sancocho como un plato habitual “en las mesas de los ciudadanos” ilustra el estereotipo de una Colombia rural y de color local que dejó de existir hace muchos años, salvo en la cabeza de los que toman decisiones de Estado. Y resulta preocupante que sea precisamente el encargado de la hacienda pública quien siga sosteniendo ese concepto de canasta familiar empobrecida y restringida a los llamados “productos de consumo básico”, como si no fueran básicos también la crema de dientes, el papel higiénico, el jabón para la ropa –o la ropa misma– y como si esos ciudadanos a los que se refiere el Ministro no comieran pasta, atún y tantos otros alimentos procesados, como suele ocurrir en este mundo moderno en el que estudiamos, trabajamos, nos distraemos y vamos descubriendo otros sabores y otras ocupaciones.
El aumento del 19 por ciento en el IVA afecta especialmente a esos ciudadanos –sí, ciudadanos, pero en el sentido pleno de la palabra– que no hacen lobby en el Congreso ni pertenecen a gremios que defiendan sus intereses, y que quizás porque se matan trabajando y no les alcanza el tiempo, o sencillamente porque quieren, consumen cosas muy distintas de sancocho. Serán ellos los que comenzarán (comenzaremos) a descubrir con estupor, en estos días de Año Nuevo, las repercusiones de la reforma tributaria en gestos de la vida cotidiana como hacer mercado, remplazar el celular, echarle gasolina al carro, comprar un computador por cuotas para que los hijos hagan las tareas o pagar planillas anticipadas de pensión y de salud cada vez que salga un contratico. Esos puntos de más que costarán tantos productos en el supermercado, y que casi no notarán los congresistas que aprobaron la reforma, ni los expertos que la diseñaron, ni los funcionarios que la presentaron, ni el Presidente que esculpió en piedra la falsa promesa de no meterse con el IVA, harán un hueco en las finanzas de muchas familias colombianas que viven con uno, o con unos cuantos salarios mínimos, ¡y eso por no hablar del aumento del mínimo!
No hay que ser ministro de nada para saber que no empieza bien este Año Nuevo y, justo es decirlo, para admitir que tampoco acabó bien el 2016. Esa extraña quietud en los negocios de la temporada navideña, de la que se habló poco y en voz baja, y que contrastó con el exceso de optimismo del presidente Santos en sus giras europeas y en sus fotos de familia palaciega, indica la existencia de dos países, en dos realidades paralelas, que no logran encontrarse y que se contradicen en los planteamientos esenciales. Si estamos exportando la idea de Colombia como un país que les apuesta a la educación y a la reducción de inequidades, y aquí se aprueba una reforma tributaria que condena a los pobres y a la clase media a resignarse con “lo básico”, en tanto que deja sin tocar a los grandes evasores, algo no encaja. A riesgo de ser aguafiestas, es urgente comenzar a hablar de esto.
Yolanda Reyes
Yolanda Reyes
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