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Salud y pensión

Asumo que nunca me voy a pensionar, porque de aquí a que me retire alguien se va a robar esa plata.

Pagar salud y pensión en Colombia es un acto de fe porque no se sabe qué hacen con la plata, y hacerlo puntualmente no garantiza que a alguien le vaya a ir bien el día que se enferme o jubile.
Yo asumo que nunca me voy a pensionar aunque aporte todos los meses porque, conociendo a la gente, de aquí a que me retire alguien se va a robar esa plata. Y no es pesimismo, es que las noticias que publican son inciertas. Dicen, por ejemplo, que nos estamos volviendo un país viejo y que en el futuro lo que produzcan los jóvenes no va a alcanzar para cubrir a los pensionados.
Tampoco se sabe si es mejor cotizar en un fondo privado o en uno estatal. Yo pasé por cuatro diferentes, hasta llegar a Colpensiones por recomendación de un amigo. Pero ahora no sé, porque hace poco leí que ese trasteo podría desmejorar las condiciones pensionales, así que es posible que, aunque trabaje toda la vida, no llegue a las 1.300 semanas requeridas. El punto es que casi 100.000 personas nos cambiamos el semestre pasado a Colpensiones sin saber qué va a pasar. ¿Cuán espinoso será el tema de los fondos de pensión que cada vez más gente prefiere cotizar con el Estado que con la empresa privada?
Y no creo que sean rumores. Hace poco dijeron en las noticias que el 85 por ciento de los adultos mayores del país no tendría pensión en el 2050, y sentí que hablaban de mí. Yo, que soñaba con ser ese jubilado promedio que va todas las mañanas a leer el periódico y a alimentar a las palomas, parece que tendré que trabajar hasta el último día y no me quedará tiempo para ir al parque.
Esas son las noticias sobre las pensiones, bien regulares. Las de la salud, en cambio, son tan ridículas que parecen sacadas de una novela de terror o de una comedia, depende del enfoque.
Y no exagero. No solo hablo del doctor que les negó a una madre y su hijo una cita que habían hecho un año antes por llegar diez minutos tarde; también está el hombre de 82 años a quien en el 2015 le asignaron una cirugía de urgencia para el 2018, y la paciente a la que su EPS la internó en un motel de Valledupar. Aunque nada comparado con Sedy Vera, un señor de 63 años que estuvo cinco horas en urgencias esperando a que lo atendieran y, cuando lo llamaron por el altoparlante, había muerto en la sala de espera. Es raro, como si para el sector salud fuera más rentable matar a la gente que sanarla, que es la idea.
Es que ser adulto mayor suena aburrido, pero es en realidad un oficio peligroso. Hace unos días, una mujer de 60 años falleció en un McDonald’s de Hong Kong, sin que nadie se diera cuenta. Y eso que Hong Kong es un centro mundial de tecnología, cultura y finanzas, una de las ciudades con más rascacielos del planeta. Un optimista podría decir que tan mal no estamos, porque acá la gente se muere en la sala de espera y no en un restaurante de comida rápida.
Yo he imaginado mi muerte. Será en un accidente. Pero no como el de Jonathan Flórez, volando y contra una montaña. Yo me voy a caer por una pendejada (un mal paso en una escalera, en un andén) y no me va a matar el golpe, sino la EPS. Dirán que no me tengo fe, pero fe es lo que me sobra. Aunque soy torpe y me vivo tropezando, al final siempre logro agarrarme de algo. Es mi vitalidad lo que impide que me parta el fémur. Cuando sea anciano y el vigor se haya ido, nada podrá salvarme. Accidentado, llegaré a que me atiendan y tendré que esperar aunque esté al día con mis pagos. Pero no moriré ahí, ni en un motel, ni en un McDonald’s. Me mandarán a la casa, donde moriré de pena moral, víctima de un diagnóstico insuficiente y de sentirme un inútil. Es que el dinero puede comprar muchas cosas, menos el amor y el buen servicio de una entidad prestadora de salud.
Adolfo Zableh Durán
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