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Sacrificio

Bogotá ha sido el escenario de la farsa de Garzón, la trampa de Moreno, el monólogo de Petro.

¿Por qué las elecciones de octubre se nos han venido encima en marzo?: porque esta pobre ciudad no da espera. ¿Por qué estos ansiosos candidatos a la alcaldía, que cada día levanta la mano uno nuevo, “¡yo, yo!”, como contagiándose de un virus, han estado hablando de “salvar a Bogotá” con la misma voz arrogante con la que ciertos políticos gringos hablan de llevar la democracia a Oriente Próximo?: porque no han contemplado la posibilidad de que su Bogotá no sea la única, ni han sido capaces de entender por qué la izquierda ha gobernado la capital en los últimos doce años, ni han querido pensar que a estas alturas al alcalde Petro ya no hay que derrocarlo, sino descifrarlo. ¿En qué momento se nos convirtió esta campaña en un “pulso ideológico”: “la seguridad de la patria” versus “la prosperidad del pueblo”?: cuando un par de caudillos se acordaron de que una sociedad desmoralizada prefiere los cultos a los partidos.
Y lo frena, lo polariza, lo ridiculiza todo aún más el tardío llamado a la revocatoria de Petro que acaba de hacer la desprestigiada e inverosímil Corte Constitucional: lo que faltaba.
Se ve, a 214 días de distancia, que tendremos que elegir entre la izquierda de Clara López, el centro de Rafael Pardo y la derecha de Francisco Santos. Y sin embargo, mitad porque el político es un mitómano que a duras penas se dice la verdad cuando le cuentan los votos, mitad porque a estas alturas de la partida aún puede pasar cualquier cosa, siguen apareciendo apellidos por ahí –Morris, Jaramillo, De Roux, Sanguino– listos a sacarle partido al viacrucis. Y a los apellidos Galán, Luna y Peñalosa, que hace cuatro años no supieron cómo reagruparse, les ha dado por formar un equipo que en la teoría por fin rescatará a Bogotá de sí misma: ¿por qué diablos, si quieren lo mismo, no le anuncian de una vez su respaldo a la candidatura de Pardo?
Pardo ha dado los tumbos que han dado ciertos socios del liberalismo: del gavirismo al pastranismo, del uribismo al santismo, por Dios, gajes del oficio. Pero no pretenderá el preparado Peñalosa, que en el 2011 bailó Aserejé con todo el que se encontró en la tarima, convencernos de que está reclamándole consistencia a un político; no conseguirá el sincero Luna explicarnos por qué no está en la campaña de un mentor; ni logrará el disciplinado Galán darnos una sola diferencia entre el partido de ‘la U’, el Partido Liberal y Cambio Radical, que no sea “que uno de los tres es el partido de mi jefe Germán Vargas Lleras, mi candidato a la presidencia”: si han montado ese equipo estos tres es porque Pardo se niega a jugar el juego de “rescatemos a Bogotá de las garras de la izquierda”.
Se niega a reducirlo todo a ese “quién está con Petro”, sueño costoso de petristas o uribistas, al que nos ha sentenciado la Corte.
Y se niega porque no tendría presentación que, para subir en las encuestas de unos cuantos, el hombre que pactó la paz con el M-19 se pusiera ahora a estigmatizar a la izquierda. Sí, Bogotá ha sido un sacrificio político; Bogotá, que lo merece todo, ha sido lo de menos en estos doce años: ha sido el escenario de la farsa de Garzón, la trampa de Moreno, el monólogo de Petro. Y, aunque tenga un par de logros, lo mejor es que llegue a su alcaldía un candidato que no haya estado presente en su retraso, en su sobrecogedora ineficiencia, pero que sepa que millones de bogotanos de todo el país están cansados de esos personajes con fueros invisibles –ay, esa especie en vías de extinción que nada que se extingue, ala– que revocan, ningunean, menosprecian, segregan e invalidan por defecto.
Me da pena bogotana recordárselo, queridos candidatos, pero aquella arrogancia que se hereda y que entorpece ha tenido todo que ver con esta guerra.
Ricardo Silva Romero
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