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Un nuevo trato

Se tendría que renunciar a la ‘mermelada’ y demás elementos que imperan en el modelo clientelista.

Rudolf Hommes
La corrupción, la ausencia de respeto por la vida y por la verdad, el envilecimiento del discurso político, la autodestrucción de los partidos tradicionales, la intolerancia y los excesos de codicia y de ambición, entre otros, ya hacían evidente que Colombia no puede seguir haciendo lo mismo que ha venido haciendo hasta ahora.
En su discurso en la plaza de Armas, en Casa de Nariño, el Papa dijo respecto a lo anterior que venía a ayudar a allanar el camino hacia la reconciliación y la paz y nos recordó que es necesario poner en “el centro de toda acción política, social y económica a la persona humana, su altísima dignidad y el respeto por el bien común”. Más adelante afirmó que “los ciudadanos deben ser valorados en su libertad y protegidos por un orden estable... Se necesitan leyes justas... que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad, sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia... No olvidemos que la inequidad es la raíz de los males sociales”. Debemos incluir a los marginados.
Coincide lo anterior con un diagnóstico que proviene de Juan Camilo Cárdenas, decano de Economía de los Andes, que compartió conmigo Marcela Meléndez. Ellos dicen que en la situación en la que se encuentra Colombia, y en aras de consolidar la paz, es necesario un nuevo contrato social. Sin hacer caso omiso de los orígenes filosóficos de esa idea, sobre todo su vínculo con la libertad y la equidad, sugiero pensar en algo similar al Nuevo Trato que le ofreció Roosevelt a la sociedad de Estados Unidos, que en su momento fue calificado como fruto de una conspiración comunista. Este nuevo trato o contrato social tiene que estar centrado en el individuo, la persona humana, su dignidad, su libertad, su felicidad, su capacidad de desarrollo y sus deberes en la comunidad.
Los colombianos y colombianas que podrían florecer a partir de la vigencia de ese nuevo pacto serían generosos, seguros de sí mismos, educados, abiertos al mundo y a sus ideas, tolerantes, capaces de aportar a la sociedad con generosidad y ánimo comunitario, y de generar riqueza y bienestar para ellos y los suyos. Tendrían respeto por las leyes y las instituciones, valorarían y ejercerían la libertad que les ofrece una sociedad organizada para protegerlos y para brindarles en forma equitativa las oportunidades para desarrollar su potencial. Compartirían con los demás colombianos valores que harán posible minimizar y hasta erradicar la corrupción y generar un elevadísimo respeto por el bien común, la igualdad de oportunidades, la diversidad y los derechos de los demás.
El nuevo contrato social tendría que estar soportado, en primer lugar, por un sistema político democrático, pero no clientelista, y radicalmente diferente del vigente. Se tendría que renunciar a la ‘mermelada’, a los recomendados políticos y a los demás elementos de la concepción de gobernabilidad que impera en el modelo clientelista que prevalece. Sería un delito penal que los congresistas y los partidos interfirieran con decisiones del Gobierno tales como la celebración de contratos o el nombramiento de funcionarios en las entidades del Estado que se regirían de acuerdo con procedimientos y reglamentos meritocráticos y técnicos, concebidos para preservar la eficiencia de la gestión pública, minimizar las oportunidades de corrupción y el desperdicio que induce actualmente el clientelismo.
El Gobierno asumiría eficazmente la responsabilidad de desarmar y someter a todos los grupos armados, desmontar los carteles y garantizar seguridad ciudadana y justicia en todo el territorio nacional (pueden leer la segunda parte en m.elcolombiano.com o eluniversal.com.co este domingo o en los otros periódicos regionales que no siempre lo publican los domingos).
RUDOLF HOMMES
Rudolf Hommes
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