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Obvio

Es obvio: decir que "el desarrollo de un país pasa obligatoriamente por la puerta de la educación" -lo dijo Sergio Fajardo en EL TIEMPO- es más que obvio. Es más que obvio que en el pico de la pirámide no se piensa tanto en ese tema: en la educación. Suele despreciarse lo obvio, sí, pero mejor lo digo: yo no creo que todos nuestros dirigentes sean iguales, ni que cada tanto se reúnan a decidir la mala suerte del país, bajo la luz tenue de una lámpara, como un Club Bilderberg chimbo que come empanaditas cínicas. No creo que solo sean lo que parecen: villanos caritativos que lanzan carcajadas malignas. Creo que algunos han hecho cosas buenas. Que otros podrían haber sido mucho peores. Y que los demás no han estado a la altura de esos funcionarios del Estado que han dejado la vida allí con la ilusión de que a Colombia le vuelva el alma al cuerpo. Pero sobre todo veo que a los de allá arriba, protegidos de la lectura de los ciudadanos por las jergas de los tecnócratas y las letras menudas de los leguleyos, apenas les ha alcanzado el tiempo para cuidar sus intereses.
Y, mientras el triste cadáver de Hugo Chávez se va haciendo un mito de tiempos tan pobres, yo ruego por lo obvio: por que nuestra apatía y nuestra endeble educación no vuelvan, por ejemplo, a engendrar dictadores.
Es obvio que, por obra y gracia de una educación tan pobre que en realidad es una forma de segregación -un corresponsal de Libération tituló 'Colombia, un país de iletrados' cuando un estudio de la PIRLS probó los serios problemas de comprensión de lectura de los colombianos-, hemos tendido a considerar más legítimos a los violentos: a aquellos que hablan como no se habla en la calle, que enmarañan con palabras castizas, citas demoledoras y cifras indescifrables, y, en el revés de la fortuna, a aquellos que logran imponerse a sangre y fuego. No sería así -lo dijo Fajardo a punto de una campaña a la presidencia- si se creyera en una sociedad capaz de educar a sus hijos.
Sí, es obvio. Es obvia la desigualdad. Es obvia la discriminación. Pero tal vez en Suiza, tal vez en Marte. También es evidente que protestar es un derecho, y sin embargo, ya que en Colombia es claro que a uno lo pueden matar e irrebatible que hay gente capaz de detener una ambulancia para probar su punto, tanto las autoridades como los ciudadanos deberían declarar que permitirse la violencia es el fin de la historia. Es innegable que cada quien está en la libertad de creer en lo que pueda siempre que lo crea dentro de la ley, sí (mi amigo Germán iba por ahí diciendo: "cada cual hace sus cosas"), pero no se está perdiendo el tiempo si se les recuerda semejante lugar común a esos progresistas fachos que se inmolan contra el que cree en algún Dios, o a esos fanáticos ilustrados que tienen cómo probar que hay seres inferiores: hay que repetir "libertad de expresión" hasta que deje de ser obvio.
Quizás vivir sea reconocer a tiempo que -tal como puede leerse en la obra de hierro y cemento y arena del artista sudafricano Willem Boshoff- "nada es obvio". Que, bien dicho, nada es un cliché: que un caudillo como Chávez se alimenta de atraso y de pobreza aun en la muerte, que una enseñanza miserable sigue condenando a la corrupción y a la exclusión, y que la hacinada base de la pirámide de nuestro "país de iletrados" solo dejará de ser un infierno cuando por fin llegue al poder un gobierno con los pies en la tierra que -con Fajardo o sin él- en verdad dé la batalla por la educación. Sí, nada es obvio en un país que enreda y asfixia y trata de empezar pero no empieza. Hay que decirlo. Hay que escribirlo en hierro y cemento y arena. Hay que repetir lo que se ve hasta que por fin se vea. Y hay que hacerlo, sin violencia, en una lengua que reúna.
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