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Sabas

Sabas, Yidis: incluso en las páginas judiciales se les llama por sus nombres de pila.

Esta es mi columna sobre los hombres que un día se vuelven daños colaterales. Esta es mi columna sobre cómo puede uno pasar de ser un personaje secundario del noticiero a ser un villano en las páginas judiciales. Se trata de Sabas Pretelt de la Vega. Que era un señor calvo, el respetado presidente de Fenalco, que de tanto en tanto aparecía en las noticias de finales de los ochenta para lanzar alguna declaración rodeado de los micrófonos del Noticiero 24 horas, del Noticiero de las 7, del Noticiero TV Hoy: “Nosotros le hemos dicho al Gobierno...”, empezaba. Tendría uno que haber sido un profeta siniestro para imaginar a Pretelt pagando una condena de ochenta meses de prisión, veinticinco años después, por haber comprado aquella reelección de la que no hemos podido reponernos.
En qué cabeza, si no en una perversa, si no en una dada al sinsentido, habría cabido la siguiente trama: el viernes 7 de noviembre de 2003 Pretelt, que dirigió el Instituto de Seguros Sociales en 1979, que se dio a conocer en el Valle como un defensor de la libre empresa, que desde joven, 1974 por lo menos, perteneció a Fenalco, acepta el reto de reemplazar al cuestionado pero viperino Londoño Hoyos –sí– en un ministerio monstruoso que combinaba la política con la justicia adentro de ese popularísimo gobierno al que se le permitía cualquier cosa porque no era un gobierno sino un desquite; ese aplaudidísimo gobierno al que se le pedía que se vengara por todos de la corrupción, de la violencia, de la política. Dijo Pretelt esa noche de noviembre de 2003: “Estoy listo a servir, pero antes tengo que hablar con mi familia...”.
“Servir” fue, el jueves 15 de abril de 2004, dar a los micrófonos de los canales privados la mala noticia de que al Gobierno –o sea al presidente que nunca se fue– le sonaba mucho la reelección presidencial: la suya. Y así, en junio de ese mismo año, según asegura una sentencia de la Corte Suprema, Sabas Pretelt condujo a la parlamentaria Yidis Medina hasta la Casa de Nariño para que se entrevistara con el presidente Uribe: “haga patria, hija querida –dice ella que él le dijo–, ayúdeme a continuar en el gobierno”. Luego de confesarlo todo, e inaugurar, así, la ‘yidispolítica’, Medina pagó cuatro años de cárcel por el delito de cohecho. El miércoles 15 de abril de 2015, exactamente once años después de soltar al ruedo la mala nueva de la reelección, Sabas fue condenado por la Corte por comprar a Yidis.
Sabas, Yidis: incluso en las páginas judiciales se les llama por sus nombres de pila.
Este martes Pretelt se agarró con Medina, al aire en la W, por culpa de una grabación en la que se revela que él –a estas alturas de la trama y ahora que piensa someterse a la justicia especial que trajo el acuerdo de paz– ha querido que ella cambie su versión de los hechos. Dijo Medina que temía por su vida porque el uribismo ya había producido siete montajes en su contra: “si usted quiere limpiar su nombre, diga la verdad”, agregó. Gritó Pretelt: “¡no señale canallamente!”. Y para todos los que crecimos viéndolo dar declaraciones sobre los gobiernos de turno, cómodo dentro de la tal “clase dirigente” que ha sido nuestro único partido, era increíble oírle la desesperación, el extravío: “¡yo no me he arrodillado a Sigifredo!”, exclamó.
Se refería a Sigifredo López, el exdiputado del Valle que las Farc tuvieron secuestrado durante siete años, porque es él quien le explica en la bendita grabación que si quiere entrar a la justicia especial tiene que decir la verdad. Por ejemplo: que se dejó llevar porque en Colombia tener el poder ha sido tener la ley.
Sabas, Yidis, Sigifredo: de verdad termina uno diciéndoles por el nombre a tantos malogrados por tanta vileza hecha en Colombia.
RICARDO SILVA ROMERO
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