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Oportunidad

Aquí también estamos confundiendo la restauración de la política con el fin de los políticos.

Podría ser peor: podríamos ser Estados Unidos. Podríamos estar fabricando, idolatrando, crucificando celebridades a diestra y siniestra. Podríamos estar padeciendo esa sociedad enmarañada, barajada, en la que cualquiera –no en el mejor, sino en el peor sentido de la palabra: no cualquiera que lo merezca, sino cualquier matón– puede “alcanzar el sueño” de ser presidente. Podríamos estar haciendo fuerza para que la multimillonaria mesiánica Oprah Winfrey le quitara la presidencia al multimillonario diabólico Donald J. Trump. 
Sí, aquí también estamos confundiendo la restauración de la política con el fin de los políticos. Aquí los partidos desdibujados, que son todos, también andan fichando personajes que les consigan los votos que las ideas ya no les consiguen. Pero estamos ante una rara oportunidad de ser serios.
De no elegir a los herederos de los políticos condenados por hampones. De no entregarles la administración de las campañas presidenciales a ladrones de cuello blanco educados en la idea de que solo se llama robo cuando lo agarran a uno. De no caer en el populismo que convence a los cabizbajos de que esto que tenemos enfrente –Colombia– es una conspiración orquestada en un sótano de un solo bombillo por los vendidos de los medios de comunicación tradicionales. De no votar por redentores. De no dejarnos vender el acabose. De no dejarnos vender la polarización ni dejarnos enfrascar en el maniqueísmo: el plebiscito maldito nos hizo creer que “sí” era “sí a las Farc” y “no” era “no a la paz”, pero no solo cometen una infamia, sino también un error, quienes siguen tratando a sus electores como si aún fuera octubre del año bisiesto.

Estamos ante una rara oportunidad de ser serios. De no elegir a los herederos de los políticos condenados por hampones.

¿Y si el fantasma del castrochavismo ya no da miedo? ¿Y si las tulas llenas de dinero ya no alcanzan para ganar las elecciones? ¿Y si el escándalo de Odebrecht, que es el recordatorio de que las élites políticas han estado resignadas a la financiación de los sobornadores, llega vivo hasta las urnas? ¿Y si los caciques que el exgobernador Lyons ha estado delatando con voz compungida dejan de ser los grandes electores de Colombia? ¿Y si la gente ya se dio cuenta de que esto no es “sí versus no” sino “líderes versus cabecillas”? ¿Y si la gente, que el último año ha ido de indignada a hastiada, no se está comiendo el cuento de que estamos obligados a decidir entre un modelo que se parece a Vargas Lleras y un modelo que se parece a Petro? ¿Y si la gran mayoría de los electores odian que un candidato se abra paso a punta de calumnias e injurias?
¿Y si la gran mayoría de los colombianos prefiere para esta democracia el tono conciliador de De la Calle o de Fajardo?
¿Y si el llamado urgente del “Yo también”, que recuerda que el acoso sexual no es un tic, sino un delito, comienza a contagiar esta campaña?
¿Y si también les ha llegado su fin a los políticos que han abusado de su posición dominante como si solo fuera “violencia” la que es contra ellos?
Podríamos ser Estados Unidos: podríamos estar dándoles respiración artificial a la xenofobia, al racismo, al machismo, al fascismo, al puritanismo al mismo tiempo. Podríamos estar en manos de los vivos que repiten que va a tocar la guerra, que resulta inevitable armarse hasta los dientes, que el cambio climático es una tontería de los mismos creadores de la evolución. Podríamos tener un inescrupuloso presidente de reality show capaz incluso de graduarse a sí mismo de “genio”. Pero estamos ante la rara oportunidad de imitarles a los gringos lo bueno: no hemos dejado de recrear el mundo sin Dios ni ley del Lejano Oeste, pero este año de elecciones fundamentales está pasando para que no elijamos más a nuestros victimarios ni pensemos en los elegidos como dueños.
RICARDO SILVA ROMERO
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