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De la Calle hace campaña por un país que tendrá que alcanzar para todos o seguir muriendo.

Ricardo Silva Romero
Sigo donde iba: el Partido Liberal pocas veces le ha sido leal a su nombre, pero, en medio de esta ciudadanía agotada que por principio desconfía de sus instituciones, en medio de este reguero de candidatos “por firmas” que se fingen nacidos de una Virgen, en medio de este basurero de disidencias calculadas y derechas agazapadas y partidos liberales vergonzantes –así es: Cambio Radical, el partido de ‘la U’ y el Centro Democrático son secuelas y fracasos del viejo liberalismo–, no es poco que una institución que lleva a cuestas la Historia se atreva a portarse como una institución.
Ni es poco que este domingo 19 de noviembre se les dé a los colombianos la oportunidad de elegir en los puestos de votación de siempre a un candidato presidencial tan serio como el expoeta, exregistrador, exministro, exvicepresidente, exnegociador de paz Humberto de la Calle.
De la Calle no es un aparecido, ni un oportunista, ni un populista, ni un mesías de última hora, ni un ángel vengador, ni un dealer de odio, ni un pequeño tirano, ni un lavaperros de un pequeño tirano, ni un renegador de su pasado, ni un fanático, ni un fabricante de eufemismos, ni un liberal vergonzante, ni un falso liberal, ni un persecutor de críticos, ni un intimidador de periodistas, ni un asesino de prestigios ni un injuriador en serie. De la Calle sería incapaz de llamar a alguien “castrochavista” o “fariano” como lanzándolo a las fieras. De la Calle habría sido incapaz de calumniar al profesor Mauricio Archila Neira, al comisionado Alfredo Molano Bravo y al director de Human Rights Watch en apenas una semana. De la Calle es incapaz, en fin, de obrar como ha venido obrando el expresidente Uribe, pero también es incapaz de asediar al uribismo: De la Calle no cree en los círculos viciosos.
Paréntesis: ¿no es raro que tantas personalidades despóticas sobrevivan en las encuestas presidenciales de Colombia en pleno ocaso de los abusadores y de los jefes matones?

Quiero decir que De la Calle, que dice lo que piensa sin insultar a nadie, siempre ha sido el mismo defensor de la paz y el mismo defensor de la democracia.

No creo que nadie le tema a De la Calle: en un país en el que el liberalismo ha sido otra clase de sectarismo, y se ha creído en la igualdad a medias, y se ha pensado que buscar un país laico es despreciar la religiosidad, y se ha confundido paz con pacificación, De la Calle no solo ha estado haciendo campaña por un país que tendrá que alcanzar para todos o seguir muriendo, sino que además ha tenido la sensatez de atar su suerte a la del partido errático que ha representado desde el comienzo de su carrera política. De la Calle no está borrando sus huellas: en la edición de EL TIEMPO del lunes 16 de julio de 1984 puede leerse que, mientras el registrador liberal De la Calle emprendía la tarea de purificar el censo electoral, el canciller del M-19 Everth Bustamante –hoy uribista y opositor de la paz– declaraba que en los próximos días su guerrilla se sumaría a las Farc en la búsqueda de un acuerdo de paz.
Quiero decir que De la Calle, que dice lo que piensa sin insultar a nadie, siempre ha sido el mismo defensor de la paz y el mismo defensor de la democracia. Que ha hecho parte de los Gobiernos frágiles de su generación: de Gaviria a Santos. Y ha regresado de ellos, de sus errores y sus fiascos y sus farsas –y de sus buenas intenciones–, a dar la cara e insistir en el liberalismo que es sinónimo de democracia. De la Calle no está jugando a ser otro, sino a ser el mismo pero corregido. De salir ganador de la consulta de su partido desteñido, esta ciudadanía cansada del miedo, que votó por “la ola verde” en 2010 y por “la paz” en 2014 –y crece lentamente, pero crece–, tendrá otro buen candidato para el 2018. Dónde está escrito el gobierno de Vargas Lleras y “el que diga Uribe”. Por qué esta campaña tiene que terminar por el principio.
RICARDO SILVA ROMERO
Ricardo Silva Romero
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