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¿Quién le explica esto a mi mamá?

No son refuerzos en la mesa lo que necesita el proceso de La Habana, sino pedagogía y comunicación.

¿Por qué tanta gente sigue creyendo –equivocadamente– que en Cuba les van a entregar el país a las Farc? Esta es una pregunta clave a la que no dan respuesta las movidas con las que el Presidente intenta darle al proceso de La Habana el oxígeno que tanta falta le está haciendo.
Juan Manuel Santos ha tomado en estos días decisiones significativas: reemplazó al Ministro de Defensa que llamaba “ratas humanas” a los guerrilleros por un representante de los empresarios que fue negociador el primer año en La Habana; reunió la Comisión de Paz y trató de explicar públicamente la complejidad de lo que se está hablando con las Farc; le subió el perfil al equipo negociador con dos “ayudantes” de alto vuelo –la Canciller y el empresario paisa Gonzalo Restrepo–; reglamentó con un decreto el desminado humanitario acordado con las Farc y, contra la opinión de los gringos, echó para atrás el glifosato.
Medidas que buscan reanimar la alicaída confianza de la empresa privada, los militares y el público en el proceso. Pero cucharadas de jarabe para la tos no remedian la falta de oxígeno.
La pérdida de confianza tiene varias causas. Hace un año no hay un acuerdo sustancial, como reconoció el Presidente: “No es fácil seguir creyendo cuando no hay resultados visibles”. Hay una vasta hostilidad frente a la guerrilla en capas de la sociedad en las que resuena poderosamente el discurso uribista. Y coyunturas adversas –que no faltan–, como el ataque de las Farc en el Cauca, afectan el volátil ánimo público.
Si estos fueran los únicos factores, bastaría tratar de acelerar y confiar en que la marea cambie a medida que se produzcan acuerdos. Parciales, como desminar, buscar desaparecidos y desvincular niños reclutados. O de fondo, como una comisión de la verdad, un mecanismo para esclarecer el paramilitarismo o algún consenso en materia de víctimas, todos en lenta cocción en la mesa. Esto es lo que parece buscar el Presidente.
Sin embargo, la negociación arrastra un problema estructural: demasiados colombianos no conocen o no entienden lo que se está haciendo en La Habana.
El Gobierno hace reuniones sectoriales; la Oficina del Alto Comisionado promueve foros regionales; hasta se contrató un equipo para hacer ‘pedagogía’. Pero la gente común, los votantes de una eventual refrendación de los acuerdos –las capas medias urbanas y muchos habitantes de regiones–, la masa de los militares desconocen lo acordado, están bombardeados por infundios y fabricaciones y llevan tres años recibiendo desde lo alto del Estado todo tipo de señales contradictorias. ¿Alguien habrá medido la ‘claridad’ que aportan al proceso un Fiscal y un Procurador enfrentados que anuncian demandas contra lo que no les gusta, o un ministro de Defensa que insulta a los guerrilleros con los que negocian sus colegas?
Por dos años, los ‘voceros’ más visibles de la negociación fueron ‘Iván Márquez’ y Álvaro Uribe. Y aún hoy las pocas declaraciones públicas de Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo palidecen junto a la catarata de comunicados de las Farc y el trinar incesante del expresidente. La simplificación ‘paz o guerra’ alcanzó para raspar la reelección, pero poco contribuyó a entender lo que se hace en Cuba.
Nombrar personajes importantes puede ayudar en algunos sectores (y aún eso está por verse). Lograr acuerdos quizá mejore la foto de una encuesta. Pero no resolverá el largometraje de una negociación que lleva 30 meses ‘incomunicada’.
Faltan pedagogía y comunicación masivas; mensajes sencillos y convincentes que compitan con los de la oposición y con el discurso a menudo percibido como provocador o soberbio de la guerrilla. Nadie le habla al oído al ciudadano común.
* * * *
Como me dijo en estos días un periodista, después de una conferencia sobre el proceso: “Perfecto, muy claro; ¿y quién le explica esto a mi mamá?”.
Álvaro Sierra Restrepo
cortapalo@gmail.com
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