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¿Qué pasó electoralmente en el 2016?

Hay un resentimiento contra lo tradicional en la política; fenómeno novedoso y difícil de analizar.

Este año será recordado en el mundo entero por sus eventos sorpresivos, que desafiaron la racionalidad de los expertos y fueron contra la corriente. Comenzaron, en junio, con el referendo del Reino Unido, que votó a favor de salir de la Unión Europea. Continuaron, en octubre, con el plebiscito sobre el acuerdo para poner fin al conflicto armado en Colombia, con el triunfo del No. Y parecen terminar con la inesperada elección de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, que plantea serios interrogantes sobre el futuro del país mas poderoso del planeta.
Estos eventos ameritan una reflexión profunda. La verdad es que no se entiende qué fue lo que pasó y probablemente seguirá ocurriendo en el futuro. El comportamiento de los votantes cambió. Hay una especie de resentimiento contra lo tradicional en la política, un fenómeno novedoso y difícil de analizar.
El caso sobresaliente fue la contienda electoral en los Estados Unidos. La campaña fue espantosa. Se caracterizó por su bajeza y su vulgaridad; indigna de una gran democracia liberal. Enorme diferencia con la figura refrescante de Obama hace ocho años, su inteligencia y su retórica. Trump hizo gala de lo peor que puede mostrar un ser humano: racismo, odio a las mujeres, odio a los extranjeros, odio a los expertos, populismo barato e ignorancia. Confieso que no tuve ni ganas ni paciencia para ver los debates por la televisión. No valía la pena.
Ahora bien, ¿qué pasó? Se dice que Trump atrajo a la población blanca mayor de 45 años que sufrió el impacto negativo en sus empleos por la apertura comercial y la globalización y que percibe que los sucesivos gobiernos la abandonaron. Cree ahora que el programa de Trump hace posible regresar al pasado, lo que yo veo, desde aquí, inviable. Es posible, claro, cerrar la economía, encarecer las importaciones y elevar los costos de producción y la inflación. Pero los avances tecnológicos no se pueden echar para atrás.
No solo hay robots, sino que el mundo está interconectado y los individuos, inundados de información y de comentarios, gracias a las redes sociales. Estas, de otra parte, destilan odio. Como lo afirma Edward Luce, columnista de Financial Times, “los individuos ya no tratan de persuadir a los demás, sino simplemente arrojan a la fuerza sus puntos de vista sobre la cara de los otros. O recurren al insulto. Y mientras más veces se transmitan (retuiteen) sus opiniones, mucho mejor... La política se ha sumergido en las profundidades de la amargura. La nueva tecnología ha abierto una galaxia que antes estaba confinada en las bibliotecas y que ahora permite que salgan a la superficie prejuicios ancestrales. El antisemitismo, por ejemplo, o el odio a las mujeres” (‘The age of vitriol: Edward Luce on US politics and social media’, FT Magazine, 05/11/2016).
¿A quiénes se dirigen el resentimiento y el odio? No a los ricos; si alguien los representa, para bien o para mal, es Trump. Más al establecimiento político tradicional, por su desconexión con los problemas cotidianos de las gentes, el encierro en su propio mundo, el clientelismo y el nepotismo. Esa fue, creo yo, la reacción anti-Hillary. Es que la confianza entre electores y elegidos ha desaparecido, lo cual pone en riesgo la democracia, que, como también escribe Luce, “no puede prosperar en un pantano de mutuo desagrado”.
Habrá que ver cómo se van desenvolviendo los acontecimientos y si está muriendo el ciclo que se inició con la caída del muro de Berlín en 1989, caracterizado por el predominio de la libertad política y la de los mercados. Ojalá no sea así. La democracia, con sus defectos, es el mejor sistema político conocido. Lo mismo que el capitalismo para impulsar la prosperidad.
Carlos Caballero Argáez
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