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¡Qué pasa, mi hermano!

Vivimos una crisis humanitaria, mientras nuestros presuntos países amigos nos voltean el trasero.

Jotamario Arbeláez
A estas alturas de la vida, después de haber fatigado al catecismo anarquista, de continuar descreyendo de nacionalismos trasnochados, y hasta de seguir esperanzados procesos revolucionarios en ebullición, la madre si no siente uno lo que los patrioteros definen como “dolor de patria” –más intenso que el que dijeron sentir los venezolanos ante sus tres militares heridos en una operación anticontrabando–, al ver a miles y miles de colombianos en estado de indefensión y de extrema pobreza atravesando trochas y ríos de vuelta a su tierra, con un colchón, una nevera o un inodoro a cuestas, más sus críos semidesnudos llorando a su lado. Dejando su habitáculo marcado con la D de demolición. Tales imágenes estrujan el corazón más empedernido y con mayor razón al recientemente reblandecido. Es increíble que el Gobierno venezolano, siendo un garante de nuestra paz interior, nos quiera provocar a una guerra binacional que puede convertirse en mundial. Y nosotros con unas armas hechizas y unos bombarderos que se caen solos. Estamos viviendo una crisis humanitaria, mientras nuestros presuntos países amigos nos voltean el trasero.
Venezuela es mi segunda patria, y por eso siento dolor de segunda patria por lo que le está haciendo a Colombia. La derecha y casi toda la izquierda han condenado en diversas formas el insuceso. Para no hablar de nuestro gobierno, tan diplomático, tan culto, tan educado, y al momento tan arrinconado como sus otrora desplazados.
En julio del año 2000, Arte Dos Gráfico publicó una serie de cartas cruzadas, en un pacto de no agresión, entre los escritores venezolanos Enrique Hernández D’Jesús, Stefania Mosca, Gonzalo Ramírez, José Balza, Antonio López Ortega, Rafael Arráiz Luca y Juan Calzadilla, con sus colegas colombianos R. H. Moreno Durán, Juan Manuel Roca, Héctor Abad Faciolince, Darío Jaramillo Agudelo, María Mercedes Carranza, J. G. Cobo Borda y el que suscribe. De mi carta al primero transcribo un párrafo:
“Por aquí se rumorea que hay sectores interesados en crear un conflicto bélico entre nuestro par de países, que no serán los mejores del mundo pero son los nuestros y con eso nos basta. Y no son únicamente los vendedores de armas ni los expertos con el gatillo. Una guerra resuelve los problemas internos y organiza como un solo hombre a toda la población –incluidas guerrilla y contraguerrilla– contra el enemigo exterior. En tal caso, amigo querido, nos tocará volver a vernos en la frontera, pero ya no para tomarnos todos los whiskies en las rocas del mundo... sino para darnos físicamente bala, desde las dos orillas del río Arauca. Confieso que si llegara a pasar, mi querido viejo, arrojaría mi fusil con todo mi patriotismo a las aguas, y atravesaría a nado el río desafiando el fuego cruzado para darte un abrazo. Porque ¿cuándo se ha visto que un poeta levante la mano contra otro poeta?...”.
El poeta Fernando Rendón, director del Festival de Poesía de Medellín –y fiel al significado de sus Cumbres pro Paz–, declaró para Telesur que hay que desarmar el lenguaje, y conceptuó que este es un asunto de diálogo entre los poetas de los dos países. Declaración que a pesar de lo bien intencionada, a mi parecer, peca de ingenua. ¿Quién, desde el poder, les va a poner bolas a los diálogos de unos vates? Por eso tampoco a La Habana se han invitado poetas. Mis mejores amigos venes son fieles al régimen, pero no creo que se atrevan a cuestionar las actitudes de su líder, que desde luego sus razones nacionalistas tendrá. Hernández D’Jesús y demás escritores tienen la palabra. Prometiéndoles la más amplia difusión de sus planteamientos.
Me mantengo en mis 13. A la guerra con Venezuela no voy, ni a ninguna guerra, ni a palos.
Jotamario Arbeláez
jmarioster@gmail.com
Jotamario Arbeláez
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