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¿Por qué escribir?

Los que dirigen el mundo no están interesados en que comprendamos, solo quieren que consumamos.

¿Usted no escribe sus memorias? Siempre he recomendado que la gente escriba, no solo sobre su vida, sino sobre lo que ve y lo que le ocurre. La escritura sirve para recordar, ordenar pensamientos, verlos en blanco y negro, limitar las pasiones y equilibrar los sentimientos. Finalmente, da la conciencia de sí mismo. Pero no todo el mundo escribe en la búsqueda de los beneficios que genera. Cuántas historias maravillosas, biografías, anécdotas y hechos quedarían en manos de la humanidad si se escribieran, en vez de todo lo que perdemos en el aire con peroratas desbocadas.
Pero sé que mis pretensiones de que todos escriban solo son falsas ilusiones de mi parte. Ante todo, porque, como decía Flaubert, escribir es una tortura, difícil en extremo, casi imposible y tiene caminos tortuosos e insospechados. Pero, por otra parte, cada vez existen más obstáculos o desviadores de la escritura.
Actualmente, lo gráfico supera al texto en cantidad, aunque no necesariamente en calidad. El endemoniado ritmo de la vida moderna y su superficialidad hacen que miremos imágenes y evitemos los textos largos. Las revistas están hechas para las salas de espera de consultorio y la peluquería. Se ven, no se leen. La publicidad, el arte del engaño, domina en ellas, y esta no es escrita, pues ya no hay nadie con un discurso. Buscan que la gente se identifique con bellas mujeres y apuestos hombres, para que descubran el mejor jabón. Los correos electrónicos han barrido el estilo epistolario. Los tuits han reducido al pensamiento y a la escritura a un remedo del uno y de la otra. Todo lleva a lo fácil y a lo cómodo y lo escrito es todo lo contrario. No escribir largo es una orden.
Entonces ¿por qué escribir? La declaración más común de los escritores es “si no escribo, muero”. Esto no solo debe ser falso en general, sino que tampoco ha producido las mejores obras. Es cierto que muchos autores han exorcizado, siempre a medias, sus peores demonios cuando han volcado sus sombras en la escritura. En nuestra época, el autor que se desnuda en la escritura, y solo habla de sí mismo, es el más aburrido del planeta.
También están los periodistas, que en sus textos filtran subrepticiamente la defensa de los que son sus clientes en el manejo de imagen. Se podría suponer que no son escritores, sino negociantes. Esto es previsible desde que los medios de comunicación pasaron de ser nichos de intelectuales a ser empresas comerciales. Burdos son los columnistas que usan sus críticas, por ejemplo, a un miembro de la rama judicial para evitar que le abran procesos sobre delitos propios o ajenos en los que están involucrados.
Hace varias décadas, especialmente en la posguerra del 39 y durante la guerra fría, los escritores estaban forzados a una falsa disyuntiva: a comprometerse con una ideología o partido político o adoptar “la escritura por la escritura”, sin ideología.
Afortunadamente, no todos cayeron en esa trampa. Hoy, la discusión permanece respecto a los autores que se involucran con su sociedad y los que no lo hacen. Pero todos son parte de sus épocas, de sus problemas y sus anhelos. Yo tengo respeto por ellos, como por cualquiera que escriba, pero me parece que todavía, escríbase lo que se escriba, existe el imperativo para aquel que escribe: uno debe obligarse a aclarar cómo la vida del lector, su biografía se relacionan y se explican con su entorno y el momento histórico en el que vive. También es necesario que el lector sepa dónde tiene los pies el escritor. Los que dirigen este mundo no están interesados en que comprendamos, solo quieren que consumamos, aunque nuestra vida se consuma en la banalidad.
Carlos Castillo Cardona
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