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¿Política a pie de calle?

Nuestra democracia representativa se consolidará, asegurando que todo cambie para que nada cambie.

En reunión reciente de La Paz Querida, en son de chacota, Alfonso Gómez Méndez tranquilizó a quienes auguran la instauración del 'castrochavismo' en Colombia con la eventual llegada al Congreso de representantes de las antiguas Farc-EP. Desconocen que les esperan políticos profesionales como Roy Barreras y Armando Benedetti para aprestarlos en el oficio parlamentario. Sus lecciones sobre cómo manipular el reglamento y consejos para asegurar la reelección serán reforzados con la ‘dieta parlamentaria’, que aumentará sus abdómenes y también sus cuentas bancarias personales, gracias a la generosa escala salarial, que para entonces se habrá ajustado con base en los 26’749.000 pesos mensuales del 2016, más gastos de representación. Así, pues, con la ‘profesionalización’ de los representantes farianos al Congreso, nuestra democracia representativa se consolidará, asegurando que todo cambie para que nada cambie.
En todo el mundo hay quienes viven de la política. Su existencia se justifica por la complejidad de las modernas funciones estatales. Temas como la variación climática, las masivas migraciones transfronterizas, la proliferación de armas nucleares, el terrorismo y criminalidad transnacional, o la clonación de seres vivos, suponen que sean ‘profesionales’ dedicados y especializados en estos asuntos los responsables de decisiones públicas sobre ellos.
Pero la creciente popularidad de los plebiscitos y referendos para decidir sobre cuestiones complejas hace obsoleto este argumento. La salida del Reino Unido de la Unión Europea, el rescate económico que aprobaron los griegos para permanecer dentro de ella, la equidad de género como principio constitucional en Bahamas o la refrendación de los acuerdos con la Farc son todos asuntos resueltos por esta vía y muestra del magro servicio que prestan hoy los profesionales que viven de la política para lidiar con los problemas más enmarañados de las sociedades que los eligen y sostienen.
Los profesionales de la política se hacen a un lado para que la ‘ciudadanía-consumidora’ exprese sus preferencias personales. Luego ellos se encargarán de poner en práctica el resultado a conveniencia de los grupos de poder, con la respectiva reglamentación. La ‘democracia directa’ facilita así la imposición del parecer de minorías activas con intereses especiales sobre las mayorías difusas y dispersas; además, trae consigo menor riesgo que dejar asuntos espinosos, como el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo, al activismo judicial.
No obstante, la llegada al Congreso de representantes de los exinsurgentes puede ser una oportunidad para renovar las costumbres de la representación política en Colombia. En transiciones políticas más complicadas, como luego de la Segunda Guerra Mundial en Noruega, donde un tercio de la población había colaborado abiertamente con el régimen de ocupación nazi, se tomaron decisiones radicales como desprofesionalizar la representación política, asignarle una remuneración modesta y rotar periódicamente ciudadanas y ciudadanos del común para su cumplimiento. El resultado fue mantener “la política a pie de calle” y la reunificación del país. Más cerca está el ejemplo de las comunidades autónomas zapatistas en Chiapas (México), donde el mismo principio gobierna para la satisfacción de los chiapanecos.
Vendrá bien que los parlamentarios farianos tomen nota de estas experiencias y propuestas. Un atolladero que deberán superar será el destino de los sustanciosos emolumentos que recibirán; si la decisión es afortunada, darle publicidad será una oportunidad formidable para remozar las costumbres de la representación política en Colombia.
Bernardo Pérez Salazar
* Miembro de La Paz Querida
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