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¿Podrán esquivar el abismo?

Los poderes tradicionales ya no median entre las opciones a ser votadas y los votantes.

Tito Yepes
Este 2016 será recordado como el punto de quiebre en la desoladora situación de los partidos políticos. Hasta aquí se aceptaban su debilidad y su pobre credibilidad, pues aun así las votaciones se sucedían una tras otra sin mayores inconvenientes, y el juego de la gobernabilidad entre las fuerzas políticas elegidas permitía llevar adelante los programas de gobierno sin sobresaltos significativos.
Las malas costumbres, sin embargo, terminaron erosionando el modelo. ¿Los responsables? Los partidos. ¿Quién más? Al fin y al cabo, los políticos aprendieron a funcionar en clanes: si alguno se porta mal, paga por ello –en algunos casos–, mientras que sus demás miembros se lucran. Los partidos dejaron de tener dolientes, esto es, se volvieron impersonales; se convirtieron en organizaciones que impulsan candidatos, y en ellas nadie se hace responsable por los problemas de los países o por la corrupción.
Los votantes, lejanos y ajenos a los partidos, nunca ocultaron el desagrado que les causaba ese modelo, pero la gran mayoría lo consideraba irrelevante. Por ejemplo, en las últimas 15 votaciones en Colombia, excepto en una, participó menos de la mitad del censo electoral.
Infortunadamente para los partidos, los avances tecnológicos terminaron dándole forma a una nueva economía política. Las votaciones se independizaron de los poderes tradicionales como la Iglesia, los grandes capitales o la prensa. Es el rasgo que comparten las elecciones del 2016, cuando esos poderes empujaron unidos en la dirección contraria a los resultados. Se cuentan entre ellas la salida de los ingleses de la Unión Europea, la elección de Donald Trump, los nueve meses sin gobierno en España y el triunfo del No en Colombia.
Los avances tecnológicos ahora nos permiten interactuar con información de muchas partes en tiempo real. El impacto es una explosión de contenido que se vuelve muy ruidosa para cualquier persona. Individualmente, nos vemos obligados a ignorar en forma selectiva lo que está fuera de nuestra zona de confort; colectivamente, encontramos identidad en la conformación de minorías. El individuo, como ha sido selectivo, queda lejos de la influencia de los poderes tradicionales; ahora se encuentra en la órbita de influencia de la minoría con la que se identifica. Las minorías son el nuevo actor de la economía política: han tomado el lugar que antes ostentaban los poderes tradicionales.
El devenir de los países apunta ahora en una dirección más predecible: la que aglutina los intereses de las minorías. No sabemos cuál sea esa dirección, solo sabemos que no se dirige al abismo porque depende de intereses cercanos al individuo. Los mercados libres así lo están entendiendo. En el caso de Inglaterra, el crecimiento incluso ha acelerado su ritmo posbrexit; en EE. UU., el índice de la bolsa de valores alcanzó su récord con Trump electo, España está recuperándose, independientemente de que Rajoy gobierne, y en Colombia solo a pocos políticos les importa la ratificación del acuerdo de paz, pues el país busca definir la implementación y seguir adelante.
No hay que confundirse. El 2016 no representa el desencanto por los partidos políticos; ya veníamos bastante defraudados. Nunca convencieron de que eran capaces de dirigir los países. Lo que este año sí cambió, y posiblemente para siempre, es que los poderes tradicionales ya no median entre las opciones a ser votadas y los votantes. Las minorías se han instalado. La política tradicional ha llegado a su fin. Los países seguirán adelante, sin inmutarse por el hecho de que los partidos políticos den o no el último paso en ese largo camino hacia el abismo. La transformación de los partidos, que antes era necesaria, ahora posiblemente les permita esquivar ese último paso.
Tito Yepes
* Investigador asociado de Fedesarrollo
Tito Yepes
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