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Cuidado, no se precipiten

Es lo que uno quisiera decirles, en primer término, al Fiscal General de la Nación, luego a la revista Semana, al propio presidente Santos y finalmente a la opinión pública, a propósito del sonado escándalo que terminó por remover la cúpula militar.
Precipitado, sin duda, el fiscal Montealegre cuando ordenó el allanamiento de las instalaciones donde el Ejército desarrollaba la operación de inteligencia Andrómeda. Precipitados, también, los medios de comunicación que en torno a este hecho desataron una gran polvareda. No había nada. Ninguna ‘chuzada’ –como se llegó a decir– a los comisionados del Gobierno en La Habana.
El otro escándalo todavía perdura. Se deriva de las grabaciones hechas durante el 2012 y el 2013 al coronel Róbinson González del Río y a un enigmático Eduardo, amigo suyo; grabaciones que giraban en torno a sucias artimañas para conseguir contratos. La precipitación en este caso corrió por cuenta de Semana cuando creyó demostrar, con un explosivo despliegue, que los militares mencionados por González y su amigo estaban comprometidos en contratos amañados y asignados a dedo. ¿Cómo sustentar tal versión si el diálogo entre los dos pillos no demuestra compromiso alguno de los mencionados oficiales en tales manejos?
Lo del general Barrero es otro caso. En una conversación privada se permitió decirle a González del Río: “... hagan una mafia para denunciar fiscales y toda esa güevonada”. Sí, en términos parecidos se expresa el mundo militar cuando se refiere a procesos amañados y a falsos testigos a los cuales fiscales y jueces les dan crédito. Y no olvidemos algo: cualquier conversación privada de un colombiano –sea Presidente, ministro, portero o chofer de taxi– está salpicada de irreverencias. Dígase lo que se diga, un privado desliz verbal no puede acabar de un solo tajo con la carrera del Comandante General de las Fuerzas Militares.
Precipitado fue el presidente Santos cuando tomó esta medida, seguida luego por la remoción de seis altos militares. Esta vez, por obtener nacional e internacionalmente una imagen de transparencia, el Presidente no vaciló en poner en la picota el buen nombre de limpios militares. ¿De qué puede culparse al general Fabricio Cabrera, comandante de la aviación del Ejército? Su rigor en el estudio y adjudicación de licitaciones fue siempre reconocido. Igual prestigio ganó el general Manuel Guzmán, segundo comandante del Ejército, muy bien calificado también por el implacable control que estableció en el centro de reclusión militar de Tolemaida. Según estos dos generales, su caída tuvo relación con la queja presentada al presidente Santos por un cercano amigo suyo, el empresario Felipe Jaramillo. Este último –contratista de las FF. MM.– había sido sancionado en dos ocasiones por incumplimiento de contratos y después de ello rechazado como licitante por los dos oficiales.
El atropello cometido contra ellos provocó la renuncia de una figura emblemática en la famosa operación Jaque, el general Javier Rey. Incapaz de pasar por alto la aviesa interpretación que se hizo sobre él a propósito de las grabaciones a González del Río, solicitó medidas cautelares a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Precipitada ha sido también la opinión pública cuando cree encontrarse frente a un fenómeno de corrupción en las Fuerzas Militares. La conversación de un malandro investigado por delitos de corrupción y tráfico de armas no puede tener semejante alcance. Sería lo mismo que considerar corrupto al clero por culpa de un cura pederasta o al cuerpo médico por la negligencia de un cirujano. No nos engañemos. Las Farc son las grandes beneficiarias de estos desvaríos. Sus brazos políticos saben mover fichas para quebrar la moral del Ejército y, de paso, quitar del medio al ministro Pinzón.
Plinio Apuleyo Mendoza
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