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Plebiscito del 57

La gente era buena como el pan de un centavo. Nada de enriquecerse primero y 'honradecerse' después.

Al mal tiempo que nos dejó la derrota del sí, pongámosle la buena cara del Nobel de Paz para el presidente Santos, que servirá de abono a la reconciliación. Proclamo ‘Uribe et orbi’ que me fue mejor en el plebiscito de 1957 que en el del no al acuerdo con las Farc que gerenció el decapitado Juan Carlos Vélez.
Dicho sea en arcaica letra de bolero, “parece que fue ayer...”. Mientras ejercíamos el oficio de chinches y teníamos la calle por “ágora o garito”, los mayores le daban piso en las urnas a la ‘mermelada’ frentenacionalista.
Las mujeres, que producían hijos para el cielo gracias al precario método del ritmo, votaban por primera vez. La gente era buena como el pan de un centavo. Nada de enriquecerse primero y ‘honradecerse’ después.
Pedíamos a nuestros taitas que pagaran pasaje por nosotros en el bus o el tranvía, y que no nos obligaran a pasar por debajo de la registradora. Eso nos ofendía. Más que la votación, nos interesaba juntar monedas para el matinal en los ‘cinemas paradisos’ del barrio.
Conocíamos a los vecinos por sus nombres. Nos fiaban en la tienda. El amor nos deparaba las primeras escaramuzas. Nos enamorábamos de audacias infantiles que nunca supieron que sus trenzas y sus pecas nos quitaban el sueño y el insomnio. Nos curábamos de las tusas de amor cuando nos íbamos a vivir a años luz de su desdén.
El estrés estaba sin inventar. La vida transcurría en blanco y negro, como las películas que empezaban a teñirse de color. No nos daba piquiña, sino carranchil. Nos bañaban y nos ponían a secar al sol como una bandera del sí derrotada.
'La Alegría de leer y el Catecismo de Astete' eran los obligados 'best sellers'. De la mano del padre Gaspar, quien sería el gran tuitero de la era digital, teníamos claro qué era la envidia: “pesar del bien ajeno”.
Nos importaba un carajo lo que estaba en juego políticamente. Más que la democracia, que nos era ajena, nos interesaba ‘tecniquiar’. Inventamos ese infinitivo para describir las piruetas que hacíamos con el balón, que tenía cirujano plástico propio cuando se descosía: el zapatero remendón de la cuadra.
Ojalá después del segundo plebiscito y gracias al segundo Nobel, podamos decir, torciéndole el pescuezo a la lógica, que todo tiempo futuro ‘fue’ mejor. Y que ‘habremus’ paz.
Óscar Domínguez Giraldo
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