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Pido perdón

Quiero reconocer y corregir toda generalización que haya afectado a personas o instituciones.

Al analizar la decadencia del lenguaje en los debates políticos y sociales en torno a la paz, encuentro el mal que hacemos con juicios en los que ignoramos o usamos irresponsablemente las categorías de cantidad (según Kant, lo universal, lo particular, lo individual). Y haciendo un ejercicio de discernimiento, encontré que en algunas de mis columnas he cometido errores de generalización, lo cual no es solamente un error, sino también una injusticia.
Caigo en la generalización cuando escribo que los paramilitares recibieron financiación de los empresarios. Cuando la verdad es que algunos grupos paramilitares recibieron financiación de algunos empresarios, mientras la mayoría de las mujeres y los hombres a quienes se les debe la producción de los bienes y servicios del país no financiaron paramilitares. Y conocedor de lo difícil que es crear empresa en medio de la incertidumbre, tengo admiración por quienes han corrido el riesgo de invertir en las ciudades y en el campo durante las décadas de la guerra.
Pero además, para ahondar en precisiones, tengo que diferenciar entre los grupos de empresarios que financiaron a frentes paramilitares. Porque hay unos que fueron forzados a hacerlo con amenaza contra la vida, y contribuyeron contra su propia voluntad porque estaban decididos a hacer empresa a pesar de los costos de extorsión.
Otros, después del secuestro y del pago de rescate, apoyaron con rabia a las Auc para atacar a los secuestradores. Otros lo hicieron porque no confiaban en las fuerzas de seguridad del Estado; y entre estos hay que distinguir entre quienes hacían producir intensamente la tierra y quienes no son ni han sido empresarios y concentran miles de hectáreas improductivas protegidas con grupos ilegales.
Quiero, por tanto, pedir perdón a las mujeres y hombres de empresa que, siendo honrados y emprendedores por Colombia, se han sentido afectados por juicios míos que caen en la generalización.
Quiero también reconocer y corregir toda generalización que haya afectado a personas o instituciones. Porque a pesar de la corrupción, la polarización por el conflicto armado y la penetración del narcotráfico, y a pesar de la desigualdad y la exclusión, en todas las regiones y ciudades nuestras, en el Estado y la Iglesia y las organizaciones, la mayoría de la gente es buena y movida por la intención de ser honesta, y desde todos los lados sigue soñando, no pocas veces desde el dolor y las heridas, que un día será posible tener un país reconciliado y equitativo.
Debo igualmente reconocer que he sido injusto cuando he generalizado sobre los soldados y policías de Colombia. Reconozco que tengo una repugnancia intelectual y sensible contra las armas de todos los lados. Que soy un seguidor de Jesús, que separó definitivamente a Dios de todas las guerras y enseñó la no violencia eficaz. Pero sé que han sido muchos, y son cada vez más, los hombres y las mujeres que en las Fuerzas Armadas ven el servicio a la patria como servicio a la dignidad y los derechos de todo ser humano y al bien colectivo de la paz.
El jueves pasado, invitado por Sergio Jaramillo, llegué hasta la vereda donde está la columna ‘Teófilo Forero’, de las Farc. Me impresionó la determinación, todavía frágil e in crescendo, de los guerrilleros que en un campamento transitorio improvisaron el salón donde estudian el folleto del nuevo acuerdo, que llevarán bajo el brazo en lugar del fusil.
Pero más me impresionó encontrar a los coroneles y soldados colombianos que, con las Naciones Unidas, desde las carpas de la comisión tripartita, estaban al servicio de sus enemigos históricos. Y me sentí orgulloso de este ejército de la paz y de los mil doscientos policías que cuidaron el éxodo de la guerrilla hacia la vida ciudadana.
FRANCISCO DE ROUX
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