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Perdón, paz y posconflicto

El perdón, para que la paz perdure, debe emanar con convicción de las víctimas, y ello no es fácil.

Se ha escrito tanto sobre el proceso de paz que se adelanta en la Habana que me propongo, en lo posible, no llover sobre mojado.
El perdón, para que la paz perdure, debe emanar con convicción y generosidad de las víctimas, y ello no es fácil. Se trata de un proceso largo y tormentoso, en el cual el ser humano, invadido de justificable rencor y odio, se esfuerza por deponer el dolor moral que causa el delito. Ese dolor no se tasa económicamente para cumplir con un mandato legal, se valora por la grandeza espiritual que significa perdonar, sepultando la retaliación. El humanismo cristiano, enseña que son “bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzan misericordia”.
Para el perdón no hay esquema jurídico alguno. Nace en el corazón bondadoso del individuo y se expresa como un estado del alma noble, por un carril diferente al del perdón institucional que lleva implícito impunidad y que como tal, anula el verdadero perdón que se necesita para recuperar la armonía social.
El perdón que necesita Colombia devendrá de lo más profundo del ser que ha sido vilipendiado y ofendido, que aflore como una voz de infinita compasión y clemencia, que sane y supere los momentos cruciales y tortuosos creados por el conflicto armado, como gran exigencia de solidaridad humana. Así las víctimas aliviarán el sufrimiento que causa la afrenta, portadora de vano y simulado castigo.
Perdonar es casi que contra natura, por eso existe la necesidad de acreditar, además, verdad, justicia -más o menos razonable- y reparación, a fin de que el duelo de las víctimas no sea interminable, lleno de horror y vindicta. Es la forma de avanzar civilizadamente en la normalización de la alteración de la conciencia individual y colectiva.
El perdón como un acto sincero de amor, reconciliación y piedad humana evita que la paz formal sea la preparación de futuras guerras que prolonguen el triunfo de la muerte sobre la vida. Sin perdón, cualquier paz es efímera porque deja abierta las heridas para retornar a la barbarie.
Ante el fracaso del Estado frente al exterminio total del enemigo, no queda otra alternativa que la búsqueda de la paz para que por fin la sangre no alimente más sangre. El perdón detendrá la aniquilación entre hermanos colombianos y cancelará la humillación y el crimen que han hecho de nuestra patria, una fosa silenciosa sin destino.
Es cierto que una de las causas de la violencia en Colombia la constituye la acumulación desproporcionada e indebida de la riqueza en pocas manos, en detrimento de mayorías, esclavas de la necesidad y miseria; el posconflicto debe apuntar a extirparlas, por ser en gran medida responsables del padecimiento bélico colombiano.
Es más fácil lograr el perdón de las víctimas, como presupuesto ineludible de la paz permanente en una sociedad menos desigual, que aspirar a una mera tregua, manteniendo privilegios.
Darío Martínez Betancourt
Exsenador de la República.
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