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Un voto de confianza

Pedro Medellín Torres
La negociación para cerrar el conflicto con las Farc atraviesa momentos difíciles, pero no está en crisis. Y no lo está, porque no estamos frente a la imposibilidad de las partes de asumir seriamente sus compromisos en la mesa, o ante su escasa disposición de buscar fórmulas de acuerdo. La negociación está en un momento difícil, más por cuenta de las interferencias y el mal manejo de los que están fuera de la mesa y del propio Gobierno.
En primer lugar están los medios de comunicación y algunos sectores de oposición que no terminan de registrar un ataque de la guerrilla o el "secuestro" de un militar o un policía (que en el DIH se llama "toma de rehén"), cuando ya están difundiendo toda clase de informes e interpretaciones imprecisas que, si no anticipan el fracaso de las negociaciones, se utilizan para denunciar que el presidente Santos les está entregando el país a las Farc.
Lamentablemente, el Gobierno está cayendo en el mismo juego. No termina de ocurrir un hecho de guerra, cuando salen sus más altos funcionarios civiles y militares a denunciar el "juego mentiroso" de la guerrilla, el carácter terrorista de sus acciones o su doble juego en la negociación. Esas reacciones, que antes podían mostrar la decisión firme de combatir a las Farc, ahora están dejando progresar un discurso que confunde a los ciudadanos. Mientras califica de terroristas a las Farc y las acusa de estar engañando, el Gobierno sigue negociando con ellas.
El Gobierno no está ayudando a que los ciudadanos entiendan las implicaciones que tiene el haber emprendido una negociación en medio del fuego. Esto es, que comprendan que si no hay cese del fuego es natural que sigan los actos de guerra. Que mientras se negocia, la guerrilla no va a parar sus ataques, ni va a dejar de capturar policías o militares cuando pueda. Ni el Gobierno va a dejar de perseguir y bombardear a los guerrilleros.
El problema surge cuando se permite que los actos de guerra sean interpretados como una evidencia del fracaso de la mesa negociadora y no como una expresión de la dinámica del conflicto que se pretende terminar. Se olvida que en una negociación entre dos partes enfrentadas es normal que cada una de ellas quiera mostrar mas fuerza, más poder de fuego o más control territorial que su contendor. Es lo normal. Incluso, muchas veces el inicio de este tipo de procesos conllevan una escalada mayor de las confrontaciones.
Todo se ha agravado, porque el Presidente está dejando politizar la negociación. Presionado por la oposición de Uribe y sus seguidores, el Gobierno está asumiendo que cada acto de guerra, que cada declaración fuerte de las Farc, lo debilita políticamente y en cambio fortalece a sus opositores. Por eso está permitiendo que sus militares y ahora algunos ministros reaccionen airadamente o que el jefe del equipo negociador haga declaraciones en donde no le toca. No solo está dejando que los actos de guerra sean interpretados como reflejo del fracaso de la negociación, sino -lo que es peor- que incluso sus amigos conecten los resultados de la negociación en La Habana con el objetivo político de la reelección.
Es preciso que los colombianos demos un voto de confianza al proceso. Un voto que comienza con el convencimiento de que los que están negociando lo están haciendo con el genuino interés de terminar con el conflicto. La guerrilla lo necesita tanto como el Gobierno. Nunca hemos estado ante una coyuntura más propicia para lograrlo.
Pero para asegurar el voto de confianza, también es necesario que el Gobierno despolitice el proceso de La Habana y unifique el discurso, de manera que la mesa de negociación sea la única instancia en que los colombianos sientan representado su interés porque se acabe el conflicto de una vez por todas. La reelección presidencial no va a cambiar la historia del país. El fin del conflicto armado con las Farc, sí.
Pedro Medellín Torres
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