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¿Santos reelegido?

No pintan las cosas bien para la reelección del presidente Santos. Todavía no logra movilizar en su favor el apoyo mayoritario de los colombianos, a pesar de ser el candidato con mayor presencia en los medios de comunicación, de que tiene a su disposición la logística del Estado para sus desplazamientos y declaraciones, de que cuenta con la chequera del Gobierno, que le garantiza el apoyo de buena parte de alcaldes y gobernadores, y de que no tiene rivales que (hasta ahora) puedan amenazar su victoria.
En las encuestas no logra superar el 30 por ciento en la intención de voto. Ni los buenos resultados en materia de desempleo ni las promesas de campaña logran reducir ese 63 por ciento de personas que creen que el país va por mal camino. Y mientras el voto en blanco comienza a afianzarse como alternativa para los descontentos, dos de cada tres colombianos siguen sin querer que el Presidente se reelija. ¿Qué pasa con Santos?
Hay dos razones que pueden explicar, al menos en gran parte, los problemas. La primera es que el principal enemigo electoral de Santos es él mismo. Pese a sus ganas y buenas intenciones, no logra acertar. Sobre todo en las situaciones de crisis. Allí es errático, tiene escasa capacidad de control y siempre termina cediendo. Es lo que pasó con el manejo de la crisis con los militares, con las protestas fronterizas causadas por la devaluación en Venezuela, con el paro agrario y con el fallo de la Corte de La Haya sobre Nicaragua. “No se puede gobernar como una reina de belleza; solo cree que puede repartir sonrisas para todos”, ha dicho su Vicepresidente, sintetizando a un gobernante que no quiere quedar mal con nadie.
Santos y su equipo no logran revertir la idea de que están gobernando desconectados del país. Es la queja generalizada. La centralización es absoluta. Y ese es el segundo problema. “Dios está en todas partes, pero despacha desde Bogotá”, decía una dirigente vallecaucana para manifestar que las decisiones y las políticas no han podido ejecutarse porque no han bajado a los territorios. Han pasado cuatro años y, excepto en vivienda y agua, el Gobierno no tiene resultados trascendentales que mostrar en las regiones. Ni siquiera sectorialmente. “Salvo la minería, el país va muy bien”, dicen los mineros. Pero lo mismo dicen los agricultores con respecto a su sector. Y a ellos se podrían sumar industriales, comerciantes y ganaderos. Para cada uno, todo va bien, menos su sector.
Sin embargo, muy pocos se atreven a cuestionar la reelección de Santos. Como no se ven figuras fuertes al frente, la mayoría cree que la suerte está echada. Pero no es cierto. El camino duro para Santos apenas comienza. Las elecciones del próximo domingo serán definitivas para sus aspiraciones. Y no tanto por la ingobernabilidad en que puede quedar en caso de que Uribe y los conservadores ganen una parte importante de las curules en el Senado, sino porque ese día va a saber cuál es la base real con la que cuenta para la reelección. Y a partir de ese día va a saber cuán grande deberá ser el esfuerzo que tiene que hacer para ser reelegido.
La dificultad para Santos está en que los colombianos han comenzado a entender que el voto en blanco sí es una opción real para castigar a los politiqueros. Y muchos de ellos son sus socios y principales electores. Porque su poder electoral no está fundado en sus realizaciones, sino en las maquinarias electoreras del país. Y cada quien querrá sacar el mejor provecho de los votos que tiene. Ya no solo es Uribe su enemigo. También permitir que el voto en blanco supere el 20 por ciento del total de la votación ya le va a significar un duro golpe a su legitimidad electoral. Santos sabe que su problema ya no únicamente será ganar los comicios, sino de verdad gobernar.
Pedro Medellín Torres
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