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Pícaros, a volar

Hay mucha gente para enviar en un vuelo de 40 años sin tiquete de regreso: corruptos, abusadores...

Luis Noé Ochoa
A veces escucha uno que alguien dice algo como “le provoca a uno salir corriendo”. O “si yo tuviera para dónde irme...”, o “este mundo está invivible”.
Pues ya hay para dónde. La Nasa dio a conocer el jueves el descubrimiento del nuevo sistema solar de siete planetas, que orbitan alrededor de una estrella enana roja bautizada con un nombre bonito, como de una muñeca o de una niña hermosa de estrato uno: Trappist-1. El nombre se debe a las siglas en inglés del telescopio con el cual fue avistado el sistema. Si fuera un descubrimiento colombiano, se llamaría trapisonda.
Es una noticia maravillosa, que nos da la dimensión del universo y la posibilidad de que al menos en tres de estos planetas terrestres puede haber vida y océanos. Quiera el Creador que así sea, porque a este lo estamos acabando.
Lo bueno es que están allí no más, a un ratico, a 40 años a la velocidad de la luz, o del chisme. Es decir, a 300.000 kilómetros por segundo; en 40 años estaría llegando uno, sin afeitarse, a un planeta terrestre de Trappist-1. Y no hay escalas o paradas para orinar, además porque le podría salir un policía interplanetario y aplicarle el nuevo código.
El viaje en 1969 a la Luna, donde John F. Kennedy seguramente quería ponerle apartamento de interés sexual a Marilyn Monroe, sí fue “un pequeño paso para un hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad”, como dijo Neil Armstrong.
Los urbanizadores piratas alistan maleta, pues se ve harto espacio. Pero cuidado: ¿no será que allá lo que queda es el cielo? Lo que sea, será mejor que este mundo recalentado, lleno de guerras. No creo que por allá haya tanta maldad y envidia, ni guerrillas, ni lunáticos intolerantes que le tengan miedo a la paz, ni narcotráfico, ni políticos enfrentados ni tanto corrupto de esos que reciben por debajo de la mesa el ‘sobredecht’ y después se sacan los ‘trappistos’ al sol. Y nadie conoció a nadie, nadie presentó a nadie; y si viajó con el que se ganará el Óscar a mejor actor de reparto de dólares, fue a la velocidad de la luz.
Están lejitos los planetas que orbitan la enana roja, y no creo que allá haya un Trump racista que expulse a la gente, pero hay mucha para enviar en un vuelo de 40 años sin tiquete de regreso. Entre los primeros, los corruptos, criminales de alto vuelo; y en este mismo, por ejemplo, abusadores de menores, atracadores que matan o hieren por una bicicleta o un celular; vuelo de 40 años sin regreso si logran capturar a los que ponen petardos para matar policías y personas que salen a comprar el pan por la mañana.
¿Cómo son los petardistas? ¿Qué alma o cerebro tienen los que pusieron el petardo que el domingo pasado le quitó la vida al patrullero Alberto Garibello Alvarado? Mataron a un héroe de 23 años, un campesino valiente y alegre, un hijo y nieto querendón que no dejaba de darles un beso a sus abuelos antes de salir con una bendición. Este muchacho de Pesca, extraterrestre –como nos dicen a los campesinos, porque tan pronto podemos nos vamos pa’ la tierrita–, murió cumpliendo su tarea de proteger a la gente. Dios lo tenga en el planeta cielo.
La ciencia avanza, pero la humanidad retrocede. Y uno imagina que si hay vida en otro planeta, no puede ser peor que aquí, donde los cadáveres de los inmigrantes son regados por el mar en las playas como troncos viejos.
El derecho es que mientras podemos ir a uno de esos planetas, donde la noche dura 13 días, ¡qué rumba!, breguemos a convivir; que la paz, la justicia, la tolerancia, el respeto, algo de equidad no sigan a 40 años luz. Que miremos bien lo que somos: un punto casi invisible en la piel de la Tierra, pero qué roncha armamos. ¿Usted a quién enviaría, que no sea a mí?
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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