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Paz sin Uribe

Volver indispensable a Uribe para alcanzar la paz es darle un poder de veto que es muy peligroso.

Gabriel Silva Luján
En la última semana se puso en marcha la Comisión Asesora de Paz creada por el presidente Juan Manuel Santos con el propósito de involucrar de manera permanente a líderes de primera línea de diferentes sectores políticos, económicos y sociales. Esa decisión encierra muchos mensajes y tiene importantes consecuencias.
La creación de esta comisión revela que el proceso en La Habana llegó a lo que los hípicos llaman “tierra derecha”. El progreso observado así lo confirma. El Gobierno demuestra, igualmente, que ante la trascendencia de los asuntos por discutir es capaz de evolucionar en el modelo que hasta ahora ha regido el diálogo con las Farc. Por eso involucró directamente a voceros ampliamente representativos y conocedores del conflicto para ir construyendo ese indispensable carácter nacional con el que deberán contener los acuerdos.
Santos les hizo saber a los miembros de la Comisión que no se trata simplemente de un gesto político o que se esté buscando un asentimiento protocolario. Se espera, y es también la expectativa de la opinión, que dadas las luces, la experiencia y el gravitas de sus miembros, en ese nuevo escenario se generen aportes sustantivos y decisivos para encontrar las fórmulas que resuelvan los desafíos temáticos que ahora enfrenta el proceso.
No se puede dejar de señalar el acto de generosidad política del presidente Santos al abrir el proceso para que todos, incluso sus enemigos más encarnizados, puedan participar. Pero no menos valentía se requiere para que líderes como el expresidente Andrés Pastrana, la excandidata Marta Lucía Ramírez, la candidata Clara López, la exministra Paula Moreno y, de hecho, todos los miembros depusieran sus diferencias y sus intereses sectoriales en aras de servirle a la paz. Ese sí es un gesto patriótico.
Aquello que no se ve tan patriótico es que Álvaro Uribe y Óscar Iván Zuluaga rechazaran, otra vez, la mano tendida del Gobierno. Pudieron más las agendas políticas, los intereses electorales y los odios que la obligación que tienen con la inmensa mayoría de los ciudadanos, que reclaman la paz. Por ejemplo, es inaudita la cachetada que en su carta le diera Uribe al procurador Alejandro Ordóñez; en particular, cuando el propio Procurador ha demostrado que se pueden tener posiciones enfáticas frente a la paz sin sacrificar la disposición al diálogo sobre un asunto tan vital para el bienestar de la Nación.
Ha empezado a hacer carrera, en algunos sectores, la tesis de que no puede haber paz sin Uribe. Eso va en contra de la evidencia. La experiencia de todas las negociaciones en el mundo ha demostrado que aspirar a la unanimidad para lograr la paz es una quimera. Siempre quedarán por ahí los que van en contravía de los cambios. Ideológicamente, los de extrema derecha nunca aceptarán que la sociedad sea generosa ni los residuos que queden de la extrema izquierda van a renunciar al uso de la fuerza. A ambos la paz tiene que derrotarlos, no cooptarlos, para salir avante.
Volver indispensable a Uribe para alcanzar la paz es darle un poder de veto que es muy peligroso. Ya se ha hecho lo imposible y ahí sigue atravesado como una mula muerta. Por más que sería deseable contar con el Centro Democrático, ellos no tienen la llave de la paz; la clave la tenemos los colombianos. Lástima que no hayan seguido el ejemplo de quienes aceptaron estar en la Comisión Asesora de Paz. Ellos sí pusieron la patria por encima de los partidos, como nos enseñó Bolívar en su lecho de muerte.
Díctum. Las filas eternas en los baños públicos para mujeres son una forma de discriminación. Por norma, hay que obligar a ampliar generosamente las facilidades femeninas.
Gabriel Silva Luján
Gabriel Silva Luján
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