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¿Paz a la medida?

Esta es una paz fraudulenta en la que el plebiscito resultará aprobado por aclamación.

Si alguna vez se ha dado vía libre en Colombia al ‘todo vale’ es precisamente ahora con el cuento de la paz con las Farc, como si fuera un fin tan noble que justifique cualquier medio. Pero no es así, si fuera tan bueno no habría necesidad de retorcer las normas existentes para firmarlo y refrendarlo, infligiéndole tal atropello a la institucionalidad que ya algunos prefieren irse por las ramas y replicar que no hay necesidad de refrendación, que en negociaciones anteriores no se ha hecho, que en otros países tampoco ha ocurrido y que si aquí se hace es por generosidad del Presidente; que nos están haciendo un favor.
Pero no es un favor, los tiempos han cambiado y nadie puede refundar la patria como se le venga en gana con el prurito de alcanzar una supuesta paz. La firma con las Farc no es la panacea que nos están pintando, su participación en la violencia colombiana es marginal y es poco probable que el dividendo de la paz alcance un aumento anual del 3 por ciento del PIB. El Bank of America habla de un 0,3 por ciento que, sin duda, es más cercano a la realidad.
La verdad es que mientras más favorable sea este acuerdo para las Farc, más lejos estará la paz. Cualquier avance de las Farc hacia el poder es un retroceso del país. La impunidad incubará nuevas violencias y las transformaciones exigidas por la guerrilla destruirán la economía como en todos los países que han caído en las garras del comunismo. De la pérdida de libertades, ni hablar.
Arremeten los santistas con el cuento de que algunos preferimos la guerra, pero lo que hemos tenido es terrorismo, y si es preciso combatirlo otros 30 años, hay que hacerlo. Se ufanan ciertos enmermelados con el asunto de que la negociación con las Farc y las amplias concesiones obedecen a que el Estado fue incapaz de vencerlas, pero olvidan que solo entre el 2002 y el 2010 se las combatió con entereza y eficacia, obligándolas a esconderse en países vecinos. Miles se desmovilizaron voluntariamente y se los recibió con los brazos abiertos.
Los entreguistas nos machacan el tema de que el Papa apoya la paz (“No tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación”), pero solo oyen lo que les conviene y omiten la exhortación de que el acuerdo se alcance “en el respeto de la institucionalidad y del derecho nacional e internacional para que la paz sea duradera”.
Hollande apoya la entrega a las Farc, pero anuncia que será “implacable” con el Estado Islámico, que ensangrentó a París. Rajoy también apoya lo de Cuba, pero hace unas semanas celebraba la captura de los cabecillas de Eta y exigía su disolución. Hasta Obama respalda la paz de Santos, pero EE. UU. no dialogaría con Al Qaeda, cuyos crímenes, según el embajador Whitaker, no se pueden comparar con los de las Farc. Ante tanta hipocresía, sus apoyos no valen nada. ¿O somos nosotros los que no valemos?
Como el referendo es un “suicidio” se recurrió al plebiscito, y como este requiere un umbral imposible del 50 por ciento, resolvieron reducirlo al 13 por ciento. Un umbral a la medida, eso es juego sucio. Ya había dicho Santos que alguna cosa se inventarían para la refrendación y que aunque muchas cosas fueran repudiables, los colombianos aprobaríamos el “paquete”.
¿Será que con adefesios como las 40 curules a dedo por tres periodos (12 años), que convertirían a los terroristas en la segunda o tercera fuerza política del país a pesar del repudio de los colombianos, saldrán 4,4 millones de personas a aprobarlo? No importa, esta es una paz fraudulenta en la que el plebiscito resultará aprobado por aclamación, sin necesidad de escrutinio. A fin de cuentas, en un golpe de Estado, todo se vale.
SAÚL HERNÁNDEZ BOLÍVAR
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