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Tres formas modernas de karma

Gustavo Estrada
Según la teoría hinduista de la reencarnación, nacemos programados por el karma de las acciones en nuestras existencias anteriores; la carga acumulada, más lo que le sumemos o restemos con las acciones en la vida actual, determinará a su vez nuestras existencias futuras.
Aunque la ciencia no cree en reencarnaciones, algunas de sus investigaciones entran en territorios que podrían asimilarse a interpretaciones modernas del karma; los territorios a los que me refiero son el genoma, el conectoma y el microbioma. Y, no siendo esto en broma, procedo a explicarme.  
Genoma, conectoma y microbioma forman parte de una epidemia de neologismos terminados en 'oma', casi todos relacionados con biología, que comenzó hace veinte años y ya ha "infectado" numerosas áreas. El sufijo 'oma' agrega la característica de totalidad a la palabra que modifica (genoma, todos los genes; conectoma, todas las conexiones; microbioma, todos los microbios). Se desconoce la etimología de 'oma' y bien parece ser uno de esos fenómenos lingüísticos que simplemente ocurren.
El genoma es la información hereditaria de un organismo codificada en su ADN. La palabra fue acuñada hace casi un siglo pero solo se hizo famosa cuando comenzó el mapeo del código genético en los años noventa. Nuestro genoma, proveniente de los genes de nuestros antepasados, define buena parte de lo que somos (sexo, estatura, rango de inteligencia, etc.).
Asimismo el genoma localiza y grafica los genes en las células, el conectoma espera hacer algo parecido, en un futuro intermedio, con las conexiones de los cien mil millones de neuronas del cerebro. Dado que cada neurona puede comunicarse con unas cinco mil vecinas, en las conexiones cerebrales estamos hablando de cifras que "no caben en nuestra cabeza" (un cinco seguido de catorce ceros).
Al genoma, definido completamente por la naturaleza, podríamos denominarlo karma natural; el conectoma, moldeado por la cultura, equivaldría entonces al karma cultural. Nuestro poder para modificar el karma natural es cero; nuestra influencia sobre el karma cultural, aunque no nula, es muy inferior a la que desearíamos. Muchas directrices de nuestra personalidad (como los niveles de confianza, autonomía, iniciativa y laboriosidad en la teoría del psicoanalista Erik Erikson) están casi completamente codificadas en el cerebro cuando apenas tenemos doce años.
El microbioma, que aún está en pañales, se refiere (1) a las más de mil especies de bacterias que hay en diversas partes de nuestro cuerpo (intestinos, boca, piel, etc.), (2) al código genético de las mismas, y (3) a sus interacciones con nuestra fisiología. Nuestros microbios juntos pesan entre uno y dos kilogramos; nacemos sin ellos pero a pocas horas de nuestra llegada al mundo ya estamos colonizados.
El microbioma es también una especie de karma, podríamos llamarlo karma ambiental, porque algunos de sus bichitos ayudan en la regulación del sistema inmune; otros afectan nuestro peso; otros más podrían intervenir en nuestros pensamientos y nuestro comportamiento...  La lista de sus servicios (y perjuicios) es creciente. Hay algunas bacterias de las que depende nuestra vida misma y son pues parte de nuestra identidad física, como el corazón o el hígado. Igualmente, algunos científicos cognitivos consideran que aquellos microbios que se entrometen en nuestros pensamientos y conducta debemos considerarlos --a la par de las neuronas--  componentes de nuestra identidad psicológica.   
Genética, neurología y microbiología tienen pues áreas conceptuales que operan de manera similar a las teorías del hinduismo; el genoma, el conectoma y el microbioma determinan o moldean nuestro destino, como si fueran karmas.
Sea desde el punto de vista hinduista o científico, nada podemos hacer con las influencias de nuestros antepasados metafísicos o genéticos. Tampoco podemos deshacer los pecados que cometimos en la vida actual; nuestros errores ya hicieron sus daños.
Cosa distinta es la cara futura de la moneda kármica. Allí la sabiduría oriental y la ciencia occidental concuerdan: lo bueno o malo que nosotros hagamos en nuestros años pendientes
-de ello no cabe duda- mejorará o empeorará los años de vida que nos resten y las existencias de los que nos sucederán en el planeta. Que nos refiramos a tales existencias como generaciones futuras o reencarnaciones posteriores, eso tiene poca importancia.
*Autor de Hacia el Buda desde el occidente
Gustavo Estrada
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