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Los niños de las calles

¿Qué madre en Venezuela iba a pensar que darles de comer a sus hijos sería una tarea tan difícil?

Hace escasos 10 años era común encontrar niños y niñas en las calles de Venezuela. Se los veía sentados al pie de un árbol comiendo mangos o tamarindo, con sus bicicletas apoyadas en el tronco, esperando la hora de almorzar. También era normal verlos escondidos entre muro y muro al anochecer, o apoyados en un pilar contando hasta 100.
Esos fueron los niños de la calle que yo conocí; incluso llegué a ser una de ellos. En los mejores momentos de mi infancia corría hasta que los zapatos estaban tan gastados que había que arrojarlos a la basura e iba a casa solo cuando tenía hambre o mi madre me llamaba porque era hora de dormir.
Hoy, en las mismas calles que ahora están marcadas en mis rodillas, se pasean niños de vientre abultado y cabello amarillento, tocando las puertas durante la hora del almuerzo o cambiando un bolígrafo por medio pan duro. Cada vez son más los que andan por la vida vendiendo mazorcas, pidiendo limosnas o subiéndose a los autobuses para bajarse con 500 bolívares en un buen día.
La mayoría sale de sus casas de zinc al amanecer, para volver solo cuando se les acaba lo que sea que salieron a vender. Se los ve de un lado a otro, con ropas que no combinan y zapatos rotos; quien va en un automóvil con las ventanillas arriba y quejándose porque lo que almorzará hoy es lo mismo que almorzó ayer, no sabe cuándo fue la última vez que comieron los pequeños que ve de reojo mientras espera un mensaje insignificante, así como tampoco sabe qué es la extraña sensación que tiene en el pecho al detallar un poco más a esa niña que comparte un bollo de maíz con su hermanito que, a diferencia de muchos, conoce perfectamente lo que la palabra hambre significa.
Cuando se pensaba en el futuro cercano, lo último que uno se imaginaba era a niños desnutridos trabajando de vendedores ambulantes. ¿Qué madre iba a pensar que darles de comer a sus hijos sería una tarea tan difícil? Lo más triste es pensar en lo insostenible que se han vuelto los hogares en cosa de dos años. Si la situación continúa así, ¿qué será de quienes ahora somos ‘privilegiados’ porque comemos tres veces al día dentro de otros dos años? No descarto la posibilidad de que si quien nos ‘guía’ lo sigue haciendo para ese entonces, sea yo quien venda mazorcas en el 2018.
Pienso en los niños de las calles y recuerdo los platos llenos de comida que yo tiraba a la basura cuando tenía su edad, simplemente porque el pollo no estaba bien cocido. De haber sabido que llegaría a ver lo que ahora es tan común, jamás hubiera desperdiciado un grano de arroz. Ese es uno de los pros de vivir el aquí y el ahora: nos hemos vuelto más conscientes.
Elly Hernández.
* Estudiante de la Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela.
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