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No habrá referendo

Nunca he creído en la promesa del Presidente de refrendar los acuerdos de La Habana.

No dejó de sorprender a los argentinos el giro que dio su mandataria en el caso del fiscal Nisman. Ante la controversia en torno del supuesto suicidio, y viendo que las sospechas apuntan a su propio gobierno, doña Cristina huyó hacia adelante afirmando que no tenía la menor duda de que no era un suicidio –o un ‘autosuicidio’, como diría Maduro–, sino un asesinato que tendría como fin enlodar su mandato.
Un giro que puede ser asombroso en otras latitudes, pero no aquí, donde rige la doctrina de la Chimoltrufia: “Como digo una cosa, digo otra”, que traducida a buen romance significa algo así como “Solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”. De hecho, las volteretas de Santos ya no son sorpresivas, son paisaje, y están íntimamente ligadas a sus engaños. Este gobierno ha hecho de las rectificaciones constantes un estilo, y de trocar sus compromisos por cualquier cosa, su esencia.
Por eso, nunca he creído en la promesa del Presidente de refrendar los acuerdos a los que se llegue en La Habana. Incluso, a sabiendas de que no se trata de un asunto de respeto hacia el constituyente primario, sino de una manera de lavarse las manos y salvar responsabilidades ante la debacle en la que esto pueda terminar.
Además, el referendo es una guillotina que no perdona cuellos. Aun cuando la Constitución haya sido violada para que este pueda llevarse a cabo en concomitancia con otra elección –cosa que la Carta prohíbe taxativamente–, es difícil que ocho millones de electores lo voten para así superar el umbral, incluso con votos pagados (y pegados) en combo con los de alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas. Habría un impúdico reparto de ‘mermelada’ otra vez.
Y aun si se supera el umbral, la ley dice que se debe preguntar cada punto por separado y no como lo pretende el Gobierno, reducido a un interrogante capcioso y falaz que se limite a indagar si el sufragante desea o no la ‘paz’. Preguntando por separado, Santos tiene la apuesta perdida porque todas las encuestas muestran el recelo que generan temas como la impunidad, la participación en política, la no entrega de armas o las zonas de reserva campesina.
Todo eso que para las Farc son puntos de honor, y que el Gobierno está dispuesto a concederles, facilitándoles la toma del país, es rechazado por la mayoría de los colombianos en proporciones que rondan el 80 por ciento. La pregunta es: ¿el Gobierno va a respetar el veredicto de las urnas en caso de que sea rechazado el acuerdo con las Farc o de que no se alcance el umbral? Todo indica que no.
Este proceso de blanqueamiento del terrorismo se planeó desde un inicio para imponérselo a los colombianos a las buenas o a las malas. No en vano, a quienes hemos expresado nuestro franco desacuerdo se nos ha tratado de enemigos de la paz, y el mismo Jefe de Estado nos ha endilgado tal cantidad de epítetos, todos tan ruines y vulgares, que él mismo ha terminado por mancillar la majestad de su investidura.
Por eso, ante el riesgo mismo de no poder comprar los votos suficientes o no poder manipular los resultados, lo mejor es hacer el referendo a un lado sin sonrojarse demasiado porque “como digo una cosa, digo otra”. Y nada mejor que allanar el camino valiéndose de funcionarios serviles, como el Fiscal, y hasta de perseguidos políticos que dicen cualquier cosa con tal de que les levanten los cargos.
El referendo le confiere legitimidad a lo acordado y brinda la única oportunidad de deshacer el entuerto en caso de que sea indigerible, como creemos que será. Y si lo que pretende el Gobierno es abrirle paso a la constituyente de las Farc, que el Dios provisor de los venezolanos nos coja confesados. 
Saúl Hernández Bolívar
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