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No compren oro

Combatir retros y exigir una explotación amigable con el medioambiente no da un solo voto.

No compren oro. No lo regalen. No inviertan en lingotes. Es urgente hacer un boicot igual al que en su día el planeta emprendió contra los diamantes de sangre.
Si quedaron horrorizados con la fotografía aérea de la desaparición del San Bingo, esperen a ver la imagen estremecedora del río Timbiquí. Y todo por la insaciable codicia del ser humano y su estupidez supina, incapaz de admitir que al destrozar la naturaleza está cavando su propia tumba.
En lugar de pasear a Washington como lobazos bananeros para asistir al auto-festejo, debería la Presidencia organizar recorridos por los más de 3 kilómetros de cauce seco del San Bingo.
Apreciarían los cráteres profundos que abren las retroexcavadoras a un ritmo frenético, las montañas de piedras y las aguas mortecinas que corren sin rumbo fijo porque cada día les cambian los surcos para buscar oro. El 22 de enero el Ejército, el CTI y la Policía –cinco meses después de recibir la primera denuncia– destruyeron cinco retros en un operativo. Este miércoles conté 18 trabajando de nuevo. Y por los alrededores están escondidas buena parte del resto de 70 que llegaron a inundar lo que antes era un río y ahora se convirtió en mina a cielo abierto.
También descubrirían que en lugar de arriesgar vidas de uniformados, sería más sencillo cortar el paso a las retroexcavadoras último modelo, transportadas en enormes camiones cama. En el San Bingo basta con instalar retenes en el municipio de Bolívar (Cauca) por las pocas trochas que llegan al río. Que apresen de paso a policías y autoridades locales que las dejan seguir a cambio de sobornos. Y que corten los accesos alternativos por Florencia y Mercaderes, aunque a esta última localidad llegó un teniente que tiene los pantalones bien puestos.
Pero como derrotar la corrupción es misión imposible –la fomentan los tres poderes estatales–, los ciudadanos del común tenemos que aportar nuestro grano de arena.
Por supuesto que este espacio de opinión es insignificante, y los dueños de las retros podrán reírse a carcajadas, pero por algo se empieza. ¿Tan difícil sería exigir un sello verde de buenas prácticas a joyeros y relojeros que comercian con oro? ¿Y al Banco de la República que compre solo el que tenga garantías de que se extrajo respetando el medioambiente?
La verdad es que no conozco la primera explotación legal que sea responsable, pero si fuésemos más exigentes, las compañías mineras tendrían que ajustar sus procesos.
Desde el 2000 he visto minería ilegal en lugares recónditos, pero las salvajadas de los últimos cinco años no tienen parangón. No por coincidir con el periodo de Santos, el gobierno anterior tampoco le paró bolas. Sino porque la disparada del precio del oro expandió al infinito un problema que era grave y que ahora es catastrófico, y no exagero lo más mínimo.
Lo que ocurre es que combatir retros y exigir una explotación amigable con el medioambiente no da un solo voto, y conseguir dinero con regalías para repartir ‘mermelada’ es políticamente rentable. Tampoco al Congreso y Senado les interesa reformar las CAR, las necesitan como fortines políticos.
Quedamos los ciudadanos, que no podemos escudarnos en ellos. Fuera de no comprar oro, que no es gran logro (a muchos ni les gusta), y soñar con un sello para asegurar su procedencia, ¿qué hacemos cada uno? Y lo malo es que no podemos pensarlo mucho. Cuando nos demos cuenta, habrá más ríos muertos que vivos.
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
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