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Movilidad B: no futuro

Convertir en un problema bogotano la pelea entre Petro y Peñalosa no beneficia en nada a la ciudad.

La parodia del título de la gran película de Víctor Gaviria (Rodrigo D: no futuro) y las protestas que estallaron el martes pasado contra el mal servicio de TransMilenio nos sirven para enfocar un hipotético panorama del no futuro que le aguarda a la movilidad en Bogotá. Movilidad cero.
En primer lugar, es de una ligereza reprobable, rayan en la irresponsabilidad (2.ª y 3.ª acepciones del Drae), que la máxima autoridad del Distrito Capital, el alcalde Enrique Peñalosa, se lance por una red social a calificar lo ocurrido en algunos puntos de la troncal de TransMilenio las Américas como “terrorismo”. Buen discípulo el alcalde Peñalosa de su maestro el expresidente y senador Álvaro Uribe, que ve a un perro callejero orinar en la calle y lo sindica de terrorista. Acabó desacreditando el adjetivo.
Sí, nadie lo niega, fue evidente que en la protesta social del martes hubo desmanes, del todo reprochables. Que llovió piedra contra la policía, que abundaron los gases lacrimógenos contra los protestantes y que varios vehículos Volvo de TransMilenio resultaron averiados. Nada de eso está bien, está muy mal, pero no es terrorismo, sino síndrome inequívoco de hasta dónde se ha colmado la paciencia de los bogotanos y del grado de ira peligrosa que se está apoderando de los usuarios del sistema denominado TransMilenio. Si el alcalde Peñalosa no lo entiende así, si apenas ve en la protesta social un acto de terrorismo (o un atentado preconcebido contra sus amados Volvos), si no hace un pequeño esfuerzo para indagar en las causas verdaderas de la protesta, que no son las amañadas que se inventaron sus secretarios, ni están dirigidas por el único miembro de la oposición, el concejal Hollman Morris, entonces compruebo mis temores de que el alcalde Peñalosa es de verdad un gerente y que en consecuencia no tiene capacidad para gobernar una comunidad compleja y llena de problemas, de once millones de problemas, si desde la óptica neoliberal vemos a cada habitante como un problema, al estilo del dictatorial presidente Macri, de Argentina.
El alcalde Peñalosa ha esbozado, en su programa de mejorar la movilidad en Bogotá, dos soluciones. TransMilenio y más TransMilenio y un metrico elevado cuya primera línea vendría de Mosquera a la avenida 26 con Caracas, y la segunda, de la 26 hasta la 127 (si no estoy mal), por encima de la Caracas hasta los Héroes, y subterránea el resto del trayecto. Se le podría denominar un metro-embudo. Lo angosto para el sur y el centro, y lo ancho para el norte. ¿Se arrepintió el alcalde Peñalosa de las obras excelentes con las que rescató buena parte del sur durante su primera administración?
Como troncal prioritaria de la nueva etapa de TransMilenio, el Alcalde le ha concedido el honor a la carrera 7.ª. Dado que los buses Volvo no caben por esa arteria emblemática, pero estrecha, el Alcalde anunció que la va a convertir en una avenida fantástica de seis calzadas, por la cual los Volvos de TransMilenio puedan transitar, y esparcir cumplidamente su estela de diésel contaminante, entre la calle 34 y la 170. ¿Cómo será el pase de mago con el que Peñalosa ampliará a seis calzadas una avenida que hoy no tiene un centímetro disponible para abrir su ancho? Sencillo. Se tumbarán un pocotón de predios a lado y lado, que el D. C. deberá comprarles a sus actuales propietarios.
No se requiere mucho análisis para calibrar la locura de ese septimazo que propone el Alcalde. Comprar cuatrocientos cincuenta predios en la 7.ª, más su demolición, más las obras de adecuación de la vía exclusiva del TransMilenio y la construcción de las horrendas estaciones que tanto han contribuido al afeamiento de la ciudad, más los doscientos o trescientos articulados Volvo que prestarán el servicio en esa troncal, puede llegar a sumar bastante más de lo que costaría hacer el metro subterráneo cuyos estudios, ya completos, llevaron varios años de elaboración y perfeccionamiento. Lo que la 7.ª necesita, lo que se adecúa a su conformación física, es una línea de tranvía que la atraviese desde la calle 50 sur hasta la 170 norte y viceversa. Costaría la décima parte del fantasioso TransMilenio, y no contamina.
No veo en las propuestas de movilidad del alcalde Peñalosa intención de estructurar el sistema multimodal de transporte urbano masivo en Bogotá, como lo hay en las grandes ciudades del mundo, sistema cuyo eje es el metro subterráneo, sin el cual no podrá funcionar. El metro elevado entre Mosquera y la 127 es un esperpento, horror de lógica urbanística, que solo arruinaría el paisaje urbano y cuyos costos serían demenciales.
Convertir en un problema bogotano (uno más y el menos importante) la pelea entre el exalcalde Petro y el alcalde Peñalosa no le prestará a la ciudad ningún beneficio, ni mejorará la imagen de los dos contendientes. Si tuvieran, Petro y Peñalosa, el aplomo, la serenidad y el valor de deponer los ánimos belicosos, y de sentarse a estudiar sus mutuas experiencias, y a combinar sus ideas para llegar a un acuerdo que despeje el futuro ominoso de una ciudad paralizada, como ya casi lo está, ambos crecerían en el aprecio de los ciudadanos, y la ciudad saldría gananciosa por dondequiera que se mire.
Enrique Santos Molano
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