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'Momentos ajá' y serendipia

Muchas ideas ocurren en estas situaciones, que parecen coincidencias y pasan inesperadamente.

GUSTAVO ESTRADA
Los 'momentos ajá' son esos relámpagos aclaratorios de algo que teníamos confuso o veíamos de manera diferente. Estas revelaciones son de índole diversa. Quizás reconocemos nuestro sobrepeso cuando, ¡ajá!, no logramos abotonarnos un pantalón viejo y concluimos que la báscula no estaba dañada. O finalmente comprendemos por qué detestamos tanto ese restaurante: "La última vez que comí allí estuve enfermo una semana".
‘Serendipia’, por otra parte, es la facultad de descubrir algo valioso sin estarlo buscando. Tal cualidad ha sido identificada en muchos genios y líderes, pero solo ahora se ha puesto de moda ('Serendipity', en inglés, se encuentra en el uno por ciento superior de las palabras más buscadas por internet en el 'Merriam Webster Dictionary').
Los 'momentos ajá' y la serendipia tienen similitudes: ambos son ocurrencias individuales, involucran situaciones que parecen coincidencias y ocurren inesperadamente. Sin embargo, sin que sea una línea exacta, mientras aquellos apuntan hacia nuestro espacio interior y su alcance es personal, el impacto de la serendipia es hacia afuera y favorece a muchas personas. Por esta razón, la serendipia hace más ruido y sus alcances están mejor documentados.
Los descubrimientos provenientes de la serendipia incluyen, entre muchos, la penicilina, los rayos X, la dinamita y el viagra. En todos los casos, eso sí, los correspondientes genios, aunque iban para otro lado, poseían conocimientos superiores sobre los temas correspondientes, esto es, la serendipia se movía en cerebros que conocían el campo de turno.
Bien dijo Louis Pasteur, el microbiólogo francés, en el siglo XIX: "En el campo de la observación, la suerte favorece solo a la mente preparada". Los mortales corrientes, sin siquiera decir ¡ajá! y ajenos a la ciencia detrás de cada uno de los inventos, hubiéramos pasado por encima de los resultados anormales que tanto llamaron la atención de los correspondientes genios.
Es tan reconocida la serendipia como factor clave en los inventos que los cerebros de la computación están desarrollando ‘software’ para reforzar y apoyar tal cualidad. Estos programas dizque recorren gigantescas bases de datos de proyectos de investigación, con resultados favorables como desfavorables, y sugieren las áreas, entre las muchas ya escarbadas, que tienen mejores prospectos de éxito. No logro imaginarme cómo funcionan tales programas, pero supongo que son especies de ‘supergoogles’ que salen a pasear por las bases de datos, como turista que deambula por las calles de París sin mapa y sin saber para dónde va. Y, de repente, ahí está… 'El pensador', la imponente escultura de Auguste Rodin.
Devolvámonos ahora a los 70, cuando ni siquiera soñábamos que Google podría existir, a una historia ilustrativa del título de esta nota. Una mañana Timothy Gallwey, un destacado entrenador de tenis, se encontraba en la terraza del club deportivo en la pausa rutinaria de su trabajo. Un aficionado se acercó para comentarle un problema incorregible que tenía con su revés: “Sé exactamente cómo debo hacerlo, mi instructor me lo ha explicado, lo he practicado centenares de veces… Y aún no sé dónde está mi error”.
“Déjeme ver su revés”, sugirió el instructor. Raqueta en mano, el frustrado tenista procedió a trazar la ruta de su golpe y, por coincidencia, observó su movimiento en el reflejo de las puertas de vidrio que llevaban al interior del club. “Acabo de darme cuenta de lo que hago mal”, dijo con expresión de asombro.
Timothy Gallwey, meditador trascendental y disciplinado autoobservador, también quedó sorprendido. En este encuentro casual, él 'descubrió' que los deportistas siempre enfrentan dos contendores: uno exterior, con quien están compitiendo, y otro interior, con el cual también deben "luchar". Y allí mismo, el entrenador de tenis, ya exitoso entonces, comenzó su nueva carrera de escritor y meses después publicó el 'El juego interior del tenis', el más célebre de sus libros. A este primer éxito le siguieron obras similares sobre golf, música, esquí, trabajo y estrés.
En ese breve intercambio, el hasta entonces frustrado jugador experimentó un 'momento ajá', en el cual su cuerpo —su espacio interior— se conectó con instrucciones de afuera que ya conocía. Y allí mismo, Timothy Gallwey también encontró algo que no estaba buscando, que cambiaría el rumbo de su profesión y que, por extensión, influiría en la vida de los muchos que después leerían sus escritos. Supongo que el futuro autor nunca había escuchado la palabra ‘serendipia’; eso sí, en esa terraza la utilizó con creces.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’
GUSTAVO ESTRADA
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