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¿Se podrá vaticinar el crimen?

La biología condiciona nuestras potencialidades, pero no nos fija destinos ineluctables.

El médico y psicólogo italiano del siglo XIX Cesare Lombroso es conocido por sus teorías, que supuestamente permitían reconocer a los criminales por rasgos físicos. Signos como una frente inclinada hacia atrás y algunas formas de la mandíbula, de las orejas y de los arcos superciliares eran suficientes, según él, para predecir la tendencia criminal. Volvía con eso irrelevante la imputabilidad, puesto que el crimen estaría genéticamente determinado. Definía además al criminal como irremediable, debía ser aislado de la sociedad. Las teorías de Lombroso eran osadas; su ciencia, poco rigurosa.
Un amigo me llamó la atención sobre un artículo de neurocientíficos de Harvard publicado el pasado noviembre en la prestigiosa revista de la Academia de Ciencias de Estados Unidos. Los investigadores describen una red neuronal asociada con el comportamiento criminal. Escogieron 17 casos en los que individuos normales, después de haber sufrido una lesión cerebral, ejecutaron crímenes graves. Las lesiones se dieron en diversos lugares en el cerebro. Pero, con métodos modernos que muestran que zonas cerebrales se activan con estímulos en zonas diferentes, encontraron que todas las lesiones estudiadas estaban asociadas a una única red. El mismo circuito cerebral que se activa cuando el individuo toma una decisión de carácter moral.

La película, las teorías de Lombroso y los experimentos de neurociencia coinciden en la enorme dificultad que hay para reducir eventos humanos de extraordinaria complejidad a modelos simples.

Ese resultado podría señalar la predisposición al crimen en individuos que presentan anomalías en ese circuito y, por tanto, se podría utilizar como un diagnóstico predictivo del potencial criminal. Pero en este caso, la ciencia sí está hecha con rigor; los autores no se arriesgan a ir tan lejos. La demostración sobre 17 criminales enfermos no implica que toda anomalía en ese circuito va a generar un criminal ni que todos los criminales tienen lesiones igualmente localizadas. No hay razón para suponer que con estos resultados haya llegado el fin de la responsabilidad individual en el crimen.
Hace unos quince años, Steven Spielberg realizó la película de ciencia ficción 'Minority Report', que aborda un tema similar. Se había desarrollado un sistema computacional muy sofisticado que permitía a la policía prever un crimen antes de que se cometiera. Con el sistema, que dependía de tres hermanos videntes (y muchos algoritmos –por si algo nos recuerda esa palabra–), la policía de Washington había logrado reducir la criminalidad a cero, deteniendo preventivamente a futuros criminales antes de que realmente lo fueran. Una política aparentemente muy efectiva y que en el 2054 no despertaba las inquietudes éticas que sí despiertan en nosotros los intentos, descritos antes, de condenar a un “potencial criminal”.
El sistema se resquebrajó cuando el jefe de policía se volvió sospechoso de un futuro crimen. Él, Tom Cruise (el bueno de la película), después de arriesgadas peripecias, logra demostrar que el sistema no era tan preciso como pretendía su director, quien ocultó el hecho de que en ciertos casos había una incertidumbre derivada de que los tres hermanos no coincidían en su predicción. En esos casos, el director tomó una decisión basada en la visión de dos de tres y ocultó el hecho en los registros, cambiando la visión discordante con otra de archivo. El sistema fue suspendido, y todos los “criminales” que habían sido detenidos por sus predicciones son liberados.
La película, las teorías de Lombroso y los experimentos de neurociencia finalmente coinciden en la enorme dificultad que hay para reducir eventos humanos de extraordinaria complejidad a modelos simples. En el fondo, eso tranquiliza. Seguiremos teniendo libre albedrío y responsabilidad plena sobre nuestros actos. La biología condiciona nuestras potencialidades, pero no nos fija destinos ineluctables.
MOISÉS WASSERMAN
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