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La fortaleza del 'dizque'

Este 'dizque columnista' recomienda desconfiar de argumentos que no refutan sino que descalifican.

Un placer intelectual para quienes miramos el mundo de la política desde lejos, sin untarnos demasiado, es el de detectar y coleccionar argumentos absurdos. Es un hobby divertido. Seguramente los precursores (para quienes era oficio, no hobby) fueron los filósofos sofistas de la Atenas del siglo V a. C. Sócrates, Platón y Aristóteles los criticaron duramente, con razón. Protágoras, uno de los más notables, enseñaba la técnica retórica para “convertir en sólidos y fuertes los argumentos más débiles”. El asunto era persuadir, no para acercarse a la verdad, sino para adelantar los intereses propios, para hacerse un lugar en la administración de la polis. Es decir para lagartearse una posición.
Más recientemente, el gran impulsor fue el malhumorado Schopenhauer (a quien he citado y seguiré citando) con su divertido libro 'El arte de tener siempre la razón: 38 formas de ganar una discusión'. Se le han sumado muchos entusiastas espontáneos. Michael LaBossiere reúne 42 falacias lógicas, bien clasificadas y hasta con nombre en latín, y en una segunda edición descubre más especies, hasta llegar a 76. Bo Bennet la saca del estadio con 300, bien definidas y clasificadas. Ali Almossawi las explica en un libro ilustrado.
La falacia no puede ser una mentira simple. Por lo general, exige algún esfuerzo retórico de quien la usa. Por ejemplo, una que vemos casi todos los días en la prensa se llama 'ad hominem tu quoque'. Pertenece a la familia 'ad hominem', que reúne aquellas falacias que no refutan lo que se dice, sino que descalifican a quien lo dice. Esta específicamente descalifica al oponente diciéndole que su argumento no es válido porque él ha hecho o dicho en el pasado lo mismo que critica. El esfuerzo acá consiste en rebuscarse ese hecho o esa declaración.
Hace poco le reclamaban en la radio a un miembro del secretariado de las Farc por la no entrega de los menores de edad. Él respondió diciendo que quienes reclamaban esa devolución eran unos hipócritas porque mantenían a miles de niños durmiendo bajo los puentes. No era, pues, necesario explicar una transgresión gravísima de los derechos humanos, bastaba señalar que el periodista, de alguna manera, era culpable de lo mismo. Claro que además omitió las fuentes que le permiten asegurar que en Bogotá hay miles de niños durmiendo bajo los puentes. Fue un dato sacado de la manga, pero dicho con seguridad: otro recurso sofista.
La buena noticia es que he descubierto una nueva especie de falacia en Colombia. Entendí entonces el placer de mis amigos naturalistas cuando descubren una nueva rana, una mariposa o una mata que no aparece en los catálogos. Nuestra falacia lógica nacional es el ‘dizque’, y sus cualidades son excepcionales.
No se necesita ningún esfuerzo, no compromete, uno puede lanzarla con total irresponsabilidad. Por ejemplo, si algún experto emite un concepto contrario a lo que uno piensa o a lo que le conviene, basta con referirse al ‘dizque experto’. Si no puede uno desconocerle esa calidad (aunque eso casi nunca sucede), simplemente cambia por el ‘dizque informe’. De igual forma, uno puede terminar las discusiones hablando de la ‘dizque democracia’ o la ‘dizque justicia’. Se puede llevar el recurso a un nivel de sofisticación mayor, esto sería a un ‘metadizque’. Por ejemplo, si uno dice que la prensa ‘dizque anunció’ un informe, no está negando al experto; tampoco, discutiendo el contenido del informe, simplemente logra que el asunto no exista del todo.
Entonces, amables ‘dizque lectores’, este ‘dizque columnista’ recomienda desconfiar de respuestas fáciles, de argumentos que no refutan sino que descalifican, y abstenerse de comprar esos combos que se ofrecen con respuestas prefabricadas para cualquier situación.
MOISÉS WASSERMAN
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