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La cuota inicial

Ninguno podrá hacer prevalecer los derechos de sus votantes sobre los de sus opositores.

El hecho de tener elecciones no necesariamente hace a la democracia; es apenas su cuota inicial. Podría listar acá los dictadores que fueron popularmente elegidos, o que validaron sus propuestas, muchas de ellas revocando la propia democracia, en un referendo ganado con mayorías cercanas a la unanimidad.
Las siguientes cuotas son más difíciles de pagar. En el momento que vivimos, gane quien gane en la segunda vuelta, no lo hará con mucho más del 50 % de los votos. Ni siquiera podrá decir que todos sus votantes piensan como él, pues quedó claro que, para una parte, no era la primera opción. ¿Cómo construir entonces una democracia que no termine en las elecciones? No va a ser suficiente que el electo cante, a ritmo de bolero, la tradicional declaración de “yo seré el presidente de todos los colombianos”.
Obviamente, quien gane no solo estará en el derecho, sino que tendrá la obligación de impulsar los planes de gobierno que propuso, y promover el país que imagina. Pero la democracia no será tal si no se le hacen importantes limitaciones. La más crucial es el respeto por los derechos de todos. El interés de la mayoría “mata” interés de minoría, pero interés nunca puede “matar” derechos.

¿Cómo construir entonces una democracia que no termine en las elecciones? No va a ser suficiente que el electo cante la tradicional declaración de “yo seré el presidente de todos los colombianos”.

Así, la paz es un derecho, y los progresos que se lograron en el pasado reciente la hacen posible. Si gana Duque, no podrá hacer trizas el acuerdo. Tendrá necesariamente que definir, y muy temprano, que lo acepta aun con algunas objeciones limitadas. Si gana Petro, deberá declarar respeto por la propiedad privada y por la libre competencia económica (ver Constitución). Ninguno podrá hacer prevalecer los derechos de sus votantes sobre los de sus opositores.
El respeto a la minoría (gran minoría, que además incluye a parte de sus votantes) es fundamental. Un problema que ha sido siempre difícil de resolver es cómo alguien que ganó desde una posición puede dar cabida en sus acciones a las ideas de los otros. El ‘acuerdo sobre lo fundamental’ que propone Petro no es el acuerdo nacional que proponía Gómez Hurtado, sino uno limitado a aquellos grupos que le podrían dar el triunfo. Temo, además, que tratando de definir aquello que es “tan fundamental”, podemos pasar enredados los próximos cuatro años.
Una solución al dilema puede ser no tratar de llegar a un acuerdo sobre grandes principios, sino, más modestamente, sobre los procedimientos para que la voz minoritaria sea efectivamente escuchada y la oposición no se convierta tan solo en una gritería. Eso requeriría una gran generosidad y verdadero espíritu democrático tanto por parte de quienes ganen como de quienes pierdan.
En ese acuerdo (ingenuo dirán algunos) los que ganen deberían generar los mecanismos que permitan escuchar opiniones y propuestas diferentes. Los que pierdan declararían su disposición a decir lo que piensan, confiando en que van a ser sinceramente escuchados (obviamente sin pretender que quien ganó implante todas las políticas de quien perdió). No estoy imaginando un paraíso idílico; por el contrario, estoy siendo muy pragmático al reconocer que toda propuesta política, por buena que sea, gana con una crítica aguda, y que ningún campamento es dueño de todas las buenas ideas.
Eso que parece una utopía en la sociedad llena de rencores en la que vivimos (no en algunas democracias más maduras) debería ser la conclusión de alguien que acepta los resultados con realismo, y reconoce que ganó quien convenció a más votantes, y que él, a pesar del gran concepto que tiene de sí mismo, convenció a menos.
La otra opción es gobernar con al menos un 49 por ciento de la población en contra, imponiéndose en el Congreso, bien sea con el tradicional sistema de componendas y ‘mermelada’, o si no se puede, revocándolo.
MOISÉS WASSERMAN
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