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Confío en mi candidato

Votaré por Fajardo. Aprecié su trabajo en los cargos en los que fue elegido. Es una persona honesta.

Una sociedad sin confianza está en peligro de colapsar. La confianza es un instinto humano esencial para la supervivencia. Aunque es posible imaginar una sociedad en la que todos desconfían de todos, sería una sociedad triste y difícil de manejar. Si las normas pueden ser incumplidas con el argumento de que no se confía en quien las expidió, si las elecciones no valen porque no se puede confiar en quien las organiza ni en quien cuenta los votos, si la justicia no sirve, cualquier cosa se podrá hacer, cualquier cosa se podrá decir. Una sociedad en la que no se confía en ninguna autoridad, paradójicamente terminará dominada por alguien con el exceso de autoridad que otorgan la fuerza y la violencia. 
Al principio de la civilización se establecieron lazos de confianza entre grupos pequeños de personas. Era necesario repartir las labores para sobrevivir, y tenían más posibilidades de hacerlo quienes cooperaban. Esas relaciones de persona a persona se mantuvieron por siglos, hasta que las sociedades crecieron tanto que los individuos dejaron de conocerse, se volvieron anónimos. Ahí se transfirió la confianza a instituciones lentamente configuradas: consejos de ancianos, iglesias, monarcas, leyes y tribunales, y, más recientemente, constituciones y congresos.
Pero algo nuevo pasa en el mundo, y muy agudamente en Colombia: una progresiva pérdida de fe en las instituciones. Puede ser que el aumento de su visibilidad haya minado la reverencia que se guardaba por ellas. El hecho es que hoy no se cree en los partidos, ni en el Congreso ni tampoco en los jueces (quienes hasta hace poco eran símbolo de rectitud). Se piensa que el Gobierno engaña y miente, como supuestamente lo hacen las encuestas, los censos y hasta los avalúos catastrales. Se desconfía de la prensa, de los bancos, de las empresas y hasta de las ONG.

Las propuestas son importantes, y deben ser la base de la decisión en el momento de votar. Pero estas solo son válidas si creemos que son sinceras y realizables. 

Pero, en medio de esta negatividad, hay una luz. Hoy, cuando todo el mundo puede acceder a mares de información resulta más difícil ocultar los engaños, y la confianza parece estar devolviéndose a su dueño original: el individuo. El concepto de los pares se ha vuelto importante; así, para escoger hoy una película, un restaurante, un libro, un hotel o una aerolínea consultamos la calificación de los usuarios anteriores.
¿Qué tiene esto que ver con los candidatos? Mucho, y cada vez más; las propuestas son importantes, y deben ser la base de la decisión en el momento de votar. Pero estas solo son válidas si creemos que son sinceras y realizables. Las encuestas no solo afectan a los votantes, también a los candidatos, que tienden a moverse según lo que ellas les indican. Enviar señales para captar votos es fácil y barato, y el resultado en una campaña prolongada es que las posiciones tienden a parecerse, los bordes ásperos se redondean. Así las “trizas” se vuelven “mejoras consensuadas” y las expropiaciones, “gentiles solicitudes de compra”.
La prueba de fuego llegará cuando ya no se pueda hacer nada. Una caída de precios o una burbuja financiera se podrán usar para justificar cualquier política económica, y siempre se podrá traer a colación un supuesto “complot internacional” para revocar el Congreso (se ha visto).
Por eso, además de las propuestas, uno debe preguntarse en qué medida confía en su candidato. Eso solo se puede hacer analizando su historia personal. Yo votaré por Fajardo. Lo conocí hace 25 años, cuando ambos éramos investigadores, miembros del primer Consejo Nacional de Ciencias Básicas. Observé su labor como profesor de matemáticas en los Andes y la Nacional. Aprecié su trabajo en los cargos en los que fue elegido, en los que pudo haber errores, como en toda actividad humana, pero nunca agendas ocultas. Jamás utilizó el odio hacia los otros como instrumento. Es una persona honesta.
MOISÉS WASSERMAN
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