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El carisma embalsamado

No hace falta ser chavista para reconocerle al teniente coronel, cuyo cadáver es ya objeto de culto para millones de personas, cuando menos dos cosas: la primera, que hace 15 años Hugo Chávez supo posicionarse como mesías, tras décadas de corrupción de una clase política indolente e irresponsable; y la segunda, que hizo gala de un carisma y de un liderazgo solo comparables en estos lares con los de Juan Domingo Perón.
Chávez hizo llover ayudas y subsidios sobre los pobres, que le agradecerán por decenios los beneficiarios, sus hijos y sus nietos. De hecho, la pobreza retrocedió varios puntos porcentuales durante la sucesión de mandatos del comandante. Pero quizá le agradezcan también esos millones de pobres de Venezuela (y de otras latitudes), a los que les hablaba como nadie lo había hecho y los que hubiesen querido insultar a los ricos y poderosos como aquel lo hacía.
Lo anterior le garantiza al cadáver embalsamado de Chávez décadas de culto y un lugar destacadísimo en el santoral de nuestra región. Pero no será un sitial de prestigio. Aunque redujo la pobreza en Venezuela, lo hizo a un ritmo similar al de Brasil, Chile y Perú, países que en el mismo lapso lograron iguales o mayores metas, sin el descomunal torrente de petrodólares que Chávez tuvo en sus manos, y respetando mucho más que él las garantías democráticas, la libertad de expresión y la separación de poderes. En resumen, obtuvieron los mismos logros sociales (o más) sin desbaratar la institucionalidad de sus países, como sí lo hizo Chávez.
Incluso, Colombia ha reducido de modo significativo los índices de pobreza, que bajó de 50 a 34 por ciento en el mismo período en que Chávez gobernó a Venezuela. Y esos logros los obtuvo con mucho menos petróleo y mucha más democracia, y en medio de una guerra que, si bien, de un tiempo para acá, Chávez dio muestras de querer acabar, en sus primeros años en el poder estimuló de modo abierto. Quienes hoy le agradecen a Chávez su impulso al proceso de paz deben recordar que son muchos los secuestrados y muertos que el teniente coronel nos debe por su apoyo de años a las Farc y al Eln.
Aparte del verbo populista y del aguacero de subsidios, poco hizo Chávez por Venezuela con casi 500.000 millones de dólares de excedentes petroleros. Con esa plata, más que reducir la pobreza, ha debido desaparecerla. Un programa de estímulos a pequeñas y medianas empresas podría haber generado una descomunal riqueza, mejor repartida. Pero Chávez regaló peces, no enseñó a pescar.
Nicolás Maduro se enfrenta a una economía en crisis: acaban de devaluar el bolívar y falta devaluarlo mucho más, decenas de ciudades soportan apagones diarios, las carreteras están casi tan mal como en Colombia, la gran industria lo mismo que la mediana y la pequeña están postradas, la producción agropecuaria –otrora robusta y tecnificada– ha sido barrida del mapa, y la corrupción campea en el régimen. Por si fuera poco, la inseguridad se disparó y hoy Venezuela tiene una tasa de homicidios mayor que la de Colombia y una de las más altas del mundo.
Ese país depende hoy más que nunca del petróleo, pero como Chávez sacó de PDVSA a los que sabían, la producción cayó de más de tres millones de barriles diarios a escasos dos, de los cuales medio millón son regalados a Cuba y a otros aliados. Estados Unidos, que antes importaba de Venezuela el 15 por ciento de su petróleo, redujo esa dependencia al 6, bajo el primer mandato de Barack Obama. De modo que Maduro no podrá hacer valer el peso geopolítico de ese recurso. Con las limitaciones de liderazgo que evidencia el mediocre sucesor, lo que viene para Venezuela cuando los chavistas terminen de enterrar al prócer se parece mucho a un infierno. Y el carisma de Chávez, embalsamado con su cuerpo, ya no estará ahí para salvarlos.
Mauricio Vargas
mvargaslina@hotmail.com
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