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Vecinos y hermanos

Urge un plan del Gobierno, con ayuda internacional, para acoger a los inmigrantes venezolanos.

Mauricio Vargas
Las cifras se elevan a diario. A mediados del año, el Gobierno y la Oficina Internacional para las Migraciones calculaban en poco más de 300.000 los venezolanos que habían abandonado su país para venirse a vivir a Colombia. A fines de octubre, el presidente Juan Manuel Santos divulgó un cálculo más alto: 470.000, de los cuales 267.000 se han quedado de manera irregular. Expertos anuncian que, a este ritmo, llegar al millón no será difícil por culpa del desastre económico y social, así como la represión y el derrumbe institucional causados por el régimen chavista.
Estas cifras pueden crecer de manera dramática en los meses por venir. Los primeros impagos de la deuda del Gobierno venezolano y los riesgos de que Washington imponga un embargo a las exportaciones de petróleo de ese país pueden deteriorar aún más la falta de comida, la descomunal inflación, el desempleo rampante y, claro, la violencia, debida tanto a la represión política como a la inseguridad. Con su incompetente gestión, su manera de robar y sus arrebatos populistas, Hugo Chávez y Nicolás Maduro acabaron con el aparato productivo y evaporaron más de 500.000 mil millones de dólares de la bonanza petrolera.
Hace tres años advertí en estas páginas que esto podía suceder. No fui el único: era evidente que la olla a presión del vecino país estallaría. Y aunque el Gobierno ha comenzado a reaccionar, tardó mucho. En su afán de garantizarse el apoyo de Maduro para la negociación con las Farc, Santos pasó seis años haciéndose el de la vista gorda frente a la tragedia que se fraguaba en Venezuela. Otros gobiernos del vecindario actuaron con el mismo desdén irresponsable. Pero el pecado del gobierno de Santos es mayor: al compartir Colombia con Venezuela una frontera tan larga como activa, era previsible que la catástrofe del vecino golpeara de modo severo a Cúcuta y otras ciudades y regiones de frontera y que se desfogara con una gigantesca ola de inmigrantes.
Entre los recién llegados hay una enorme mayoría de gente buena y trabajadora, obreros calificados, profesionales preparados y empresarios que han venido a generar actividad económica con los recursos que salvaron del colapso de su patria. También han llegado delincuentes, o algunos que, sin serlo, terminan entregados al delito para darles de comer a los suyos. Pero, cuidado, que hayan comenzado a aparecer casos de venezolanos vinculados a bandas criminales no debe convertirse en excusa para estigmatizar al conjunto de los inmigrantes.
Hay entre ellos miles de hijos y nietos de colombianos que, atraídos porque allá había más opciones de ganarse la vida que acá, migraron en el sentido contrario durante el siglo XX. Pero, además, Colombia y Venezuela están obligadas a una mutua solidaridad por razones históricas: soldados y oficiales de ambos países libraron la guerra de Independencia no solo de estas tierras, sino de Ecuador, Perú y Bolivia. Ese poderoso antecedente, sumado a razones humanitarias del presente, nos obliga, a pesar de nuestros limitados recursos, a darles acogida con los brazos abiertos. Para afrontar lo que viene urge un plan gubernamental, con ayuda económica internacional que hay que empezar a gestionar desde ya, porque ni los colombianos ni el mundo podemos abandonar a los hermanos venezolanos.
* * * *
Adelante. El excesivo ruido que generan las agresivas e insultantes respuestas de algunos de los políticos procesados por casos de corrupción no debe tapar los resultados de la muy positiva labor que la Fiscalía General de la Nación está llevando a cabo. No tiene credibilidad acusar de favoritismo político al fiscal Néstor H. Martínez, a quien no le ha temblado el pulso para destapar los chanchullos de los corruptos de todos los partidos, incluido Cambio Radical, el suyo.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
Mauricio Vargas
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