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Siembre coca y gane

Miles siembran coca, reciben millones por erradicar y vuelven a sembrar coca para volver a cobrar.

Acabo de pasar unos días en Washington y tras varias conversaciones con fuentes colombianas y estadounidenses, me quedó claro que hay dos razones por las cuales el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos no está metido, por ahora, en líos con Donald Trump como consecuencia del descomunal aumento de los cultivos de coca, que en menos de tres años pasaron de 40.000 hectáreas a 180.000, lo que borró, en un pispás, los grandes logros del Plan Colombia.
La primera es el brillante trabajo del embajador Juan Carlos Pinzón, que ha convencido a las figuras más influyentes del Ejecutivo y del Congreso allá de no desatar una confrontación diplomática con Bogotá que despertaría sentimientos antiamericanos en Colombia, pues por ese camino Washington perdería la posibilidad de seguir opinando y exigiendo en cuanto a la siembra, producción y tráfico de cocaína. Gracias a ese persuasivo discurso, Pinzón obró el milagro de salvar 450 millones de dólares en ayuda a Colombia.
La segunda es que nuestro país no ocupa un lugar destacado en la agenda internacional de Trump y sus colaboradores, que, por demás, andan metidos en más líos de los que pueden administrar, por culpa de su inexperiencia y de su descaro para mentir y manipular. Rusia, China, Siria, Corea del Norte, Afganistán, Venezuela y México están más arriba en la curva de interés del Tío Sam. En Colombia apenas han tenido tiempo de pensar.
Pero Pinzón, que con tanta habilidad y eficacia maneja los entretelones washingtonianos, dejará pronto la embajada. Y sin él para salvar a Santos, en cualquier momento a Trump y a sus compadres les puede surgir la necesidad de meterse feo con Colombia, entre otras cosas, para tapar con ello alguno de los escándalos internos que desencadenan a menudo.
Santos llega a Washington esta semana en visita oficial. En las formas, es previsible que Trump lo trate bien y hasta le suelte algunos elogios. Pero sus funcionarios transmitirán preocupación por tres asuntos: los narcocultivos, la inestabilidad de la frontera con Venezuela, por donde está pasando lo mismo la cocaína que muchas armas de esas que las Farc no van a entregar, y la posibilidad de que en la desmovilización y en los grandes beneficios judiciales a los comandantes altos y medios de ese grupo se cuelen narcotraficantes puros que se salven así de la extradición.
No convence en Washington el programa de sustitución voluntaria de narcocultivos que acaba de lanzar el Gobierno, con pagos de hasta $ 32 millones a cada familia cocalera que acepte reemplazarlos. Ya son varias las veces que las autoridades han dado estímulos a muchas de esas familias para que dejen la coca. Y muchas regresan a la coca, justamente porque les vuelven a pagar, de modo que a nadie debe sorprender que siembren, erradiquen, ganen y vuelvan a sembrar para volver a ganar.
Varios expertos reciben con una sonrisa de duda el objetivo de erradicar 50.000 hectáreas este año por esa vía. Aparte de que ni siquiera significaría atacar un tercio de lo sembrado, otras miles de familias se animarían a cultivar para que les paguen por erradicar, en un círculo vicioso que los propios capos de las ‘bacrim’ impulsan para seguir teniendo coca disponible.
He dicho, una y otra vez en esta columna, que soy amigo de una legalización general de estas actividades, para evitar que surjan y se mantengan poderosas mafias que se lucren de los grandes márgenes de ganancia que deja el negocio por ser ilegal. Pero para que eso ocurra –si ocurre– hacen falta décadas. Mientras tanto, hay que librar la batalla por no ser el país con más matas de coca en el planeta. En algún momento hay que poner un punto final: no más erradicación voluntaria con millonarios pagos. De lo contrario, el ciclo de siembra, erradicación, pago y nueva siembra seguirá.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
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