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Mi voto

Tuve muchas dudas a lo largo de esta compleja campaña, pero al final me decidí.

No recuerdo una campaña presidencial en la que me haya costado más trabajo decidir por quién votar. Desde inicios de los ochenta, cuando estrené mi cédula, me resultó sencillo decir: “Este es mi candidato”. En 2014, me tardé un poco. Con esa excepción, a lo largo de todos estos años que ya son décadas, casi siempre adopté mi elección meses antes de ir a las urnas. El voto de este domingo lo decidí apenas hace unas pocas semanas.
Descarté de entrada a Gustavo Petro. No solo por su marcado autoritarismo de izquierda de corte chavista. Mucho más, si se quiere, por lo mal administrador y peor ejecutor que demostró ser en la alcaldía de Bogotá. No me gustan ni su talante antidemocrático, tan poco tolerante con la crítica, ni sus mañas de saltimbanqui para, por ejemplo, demorarse meses en presentar su declaración de renta. Nada en él me da confianza.
Ninguno de los candidatos ha sido más cercano a mis afectos personales que Humberto de la Calle. Un intelectual de gran nivel, un conversador excepcional, un conocedor a fondo de muchos y muy variados temas. Nunca entenderé que se haya ofrecido en sacrificio para una candidatura que jamás tuvo opción, porque a los acuerdos de La Habana –su gran ejecutoria en los años recientes– cada día le salen más peros: no es osado decir que hoy tienen más detractores que los que votaron No en el plebiscito de 2016.
Hasta hace algunos meses, creía que iba a votar por Germán Vargas, por su demostrada capacidad de gestión, y porque sus propuestas sonaban audaces y atractivas en campos como el tributario. Pero dejó todas esas virtudes atrás al apostarle su destino a la maquinaria de la Unidad Nacional santista y al voto amarrado, lo que le quitaría libertad para gobernar y volvería irrealizables sus propuestas. Es imposible ser un buen presidente con semejante deuda con los caciques.
La figura de Sergio Fajardo me atrajo por años. Ahora, parecía el indicado para recoger la rabia de los colombianos por los abusos sin límite de la corrupción, la ‘mermelada’, el contratismo de los cupos indicativos y el cohecho que alcanzó incluso a las altas cortes. Jamás comprenderé que se haya aliado con la izquierda marxista, ahuyentando a muchos votantes de centro. Eso sí, ha hecho el mejor cierre de campaña de todo el abanico de candidatos, lo que explica su crecimiento en las encuestas de la recta final.
Votaré por Iván Duque. No solo porque descarte a los demás. Confío en que, a pesar de su poca experiencia en altos cargos, en la Casa de Nariño demuestre la madurez y la habilidad de que ha hecho gala en esta campaña. Me gusta su ponderación, esa que tanto molesta al uribismo más derechista. Desde muy joven, ha sido un estudioso y un adicto al trabajo, sabe de los temas críticos –hacienda, seguridad, inversión social, educación, salud– y con 41 años tiene el liderazgo juvenil que demanda la tarea de enderezar tantas cosas torcidas en Colombia. Sería el mandatario más joven, elegido por voto popular, en más de 150 años: Alberto Lleras, quien llegó al poder en 1945 con apenas 39 años, lo hizo como Designado tras la renuncia de Alfonso López Pumarejo.
No creo que vaya a ser un títere del expresidente Álvaro Uribe, pero si Uribe lo critica, no le comprará la pelea y evitará así repetir el torpe error de Juan Manuel Santos. Me gusta su propuesta económica –basada en las renovadoras ideas de la economía naranja– porque implica luchar contra la pobreza por la vía de forjar, entre otras, una clase media emprendedora, en vez de seguir ahondando el barril sin fondo de los auxilios directos a las familias de bajos recursos. Me atrae que vaya a poner en cintura a la JEP, uno de los mayores peligros institucionales que afronta el país como ya lo demostraron sus magistrados. Veremos cómo termina la jornada.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
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