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El último acto de vanidad

Lo que yo creo que el presidente Duque no puede ni debe hacer es ‘desreconocer’ el Estado palestino.

‘Hacer lo correcto de manera inadecuada’ es el título del editorial de El Espectador que mejor describe lo que pasó acá con el reconocimiento del Estado palestino. Pero como también dice el editorial de El Nuevo Siglo, en el concierto internacional importan tanto el fondo como la forma.
El presidente Santos esperó hasta el final de su período para tomar una decisión que no había abrazado en ocho años y sobre la que ni siquiera usó la cortesía diplomática para informarle al embajador israelí. Lo hizo en forma casi subrepticia, por lo menos para los colombianos, que nos enteramos de la noticia por un comunicado de prensa palestino. El diluvio universal de las reacciones de los israelíes y la molestia de los gringos se lo dejó a los paraguas blancos del presidente Duque y a su canciller Trujillo. Y se fue.
Tal vez le dio pena que apenas en abril de este año, en la conmemoración de los 70 años del Estado de Israel, había dicho: “Nos han presionado mucho para que reconozcamos a Palestina. No lo he hecho porque eso debe ser producto de un acuerdo de paz con Israel”. También recordó todo lo que su tío abuelo, el presidente Eduardo Santos, había hecho por los judíos (lo cual es históricamente relativo si se tiene en cuenta que fue canciller de ese gobierno López de Mesa, célebre por sus ideas eugenésicas y de claro tinte antisemita y antijudío).
En el mismo discurso dijo: “No hay duda de que el potencial de nuestra relación con Israel es inmenso. (…) Hemos cultivado durante muchos años las simpatías por las causas de Israel”. Y no hay duda de que los israelíes colaboraron muy estrechamente con todas las iniciativas de los dos gobiernos Santos.
De manera que o tenía muy bien guardado el secreto o se arrepintió. Pero en la dirección correcta sí va la decisión, hay que reconocerlo, porque ya en el mundo se ha generalizado la idea, y 139 países así lo han reconocido, de que allá donde pelean israelíes y palestinos caben dos Estados.
Incluso, Colombia ya había tomado el paso, después de que Arafat vino a Cartagena en 1995, de acordar un proceso sui generis de abrir una embajada para la representación de la Autoridad Palestina, mas no del Estado. Seguramente cuidando las relaciones con la colonia judía, muy importante e influyente que hay en Colombia, y la cooperación de carácter militar y económico que tradicionalmente ha tenido Israel con nuestro país. Pero hasta ahora ningún presidente se había atrevido a darse la pela de reconocer el Estado palestino, salvo Santos, que tomó la decisión, pero la pela se la dejó a Duque.
Ahora: lo que yo creo que el presidente Duque no puede ni debe hacer es ‘desreconocer’ el Estado palestino. Curiosamente, hay un antecedente en la diplomacia colombiana en que eso ocurrió. Bajo el gobierno de Belisario Betancur reconocimos la República Árabe Saharaui, pero se pusieron tan bravos los marroquíes que durante el gobierno Pastrana se reversó el reconocimiento. Sin embargo, algo va de una tribu a la nación Palestina. Semejante ‘rever’ en este caso dejaría la impresión de que también estamos echando para atrás en materia de la conciliación que quiere marcar este gobierno hacia adentro y hacia fuera.
Como justificación de hacer lo correcto de manera incorrecta, el gobierno anterior ha dicho que le informó (no consultó) al gobierno entrante. Santos tenía facultad para hacerlo, es cierto. Pero ya no había tiempo de estudiar en el empalme los efectos y los nuevos escenarios de su decisión. Una fuente directa me dice que la Canciller le dijo que la decisión la había tomado Santos hace dos meses. Pero esperó misteriosamente hasta el día anterior a su retiro para dárnosla a conocer.
De manera que, evidentemente, Santos calculó que la tormenta diplomática no le tocara a él. Y aun cuando moralmente el reconocimiento de Palestina era un imperativo, el siguiente escalón en la explicación es que fue el último acto de vanidad de Juan Manuel Santos en el poder.
Con su tardía e improvisada decisión, se asegura de que ya no solo será un negociador de paz nacional –eso se le quedó chiquito–, sino que lo veremos litigando en la paz del Medio Oriente. Que bien está necesitando un jugador profesional que sepa sacar las cartas que son.
Entre tanto… Nos pintaron pajaritos en el aire, de Juan Pablo Calvás: el libro de las conejeadas presidenciales.
MARÍA ISABEL RUEDA
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