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Las redes y la fama

Ahora todos tenemos una tribuna desde donde alzar la voz para pedir a gritos que nos pongan atención

Antes, los famosos eran solo las celebridades mundiales e históricas gracias a sus vidas extraordinarias. Hoy, cualquiera puede tener la sensación de serlo, ahora todos tenemos una ventana para exhibirnos, una pantalla personal, una tribuna desde donde alzar la voz para pedir a los gritos que nos pongan atención. Ser reconocidos por bastantes personas a cualquier costo es lo ideal, así como mostrarles a los demás que somos protagonistas de algo, no importa de qué.
Las consabidas redes sociales, como pasa con todo lo que el ser humano produce, también son el reflejo de sus enajenaciones.
El yo es adictivo. Solo hay que ver todo el ruido que hacemos algunos publicando frases y fotos de ese yo en sus diferentes facetas y promocionando actividades en las que él interpreta el rol principal de su propio espectáculo.
Actualmente, la vida cotidiana es una gran valla publicitaria; dar cuenta juiciosa de las menudencias que componen un día ‘normal’ se ha convertido en el lugar común de los que vendemos minutos de nuestra vida con una frecuencia más cercana a lo anormal.

De un momento a otro, una zona de las redes se va pareciendo a un manicomio de celdas virtuales.

Los expertos en redes recomiendan publicar ‘material’ yo no sé cuántas veces al día para no perder vigencia y así no correr el riesgo inminente de ser olvidados. Hay que estarle recordando al público que ese yo sigue operando, así sea haciendo muecas y diciendo pendejadas con la voz chillona que tanto caracteriza a su ansiedad. De un momento a otro, una zona de las tales redes se va pareciendo a un manicomio de celdas virtuales llenas de loquitos que hablan solos sobre sí mismos.
Yo soy del parche de los loquitos, claro. Pero como me doy cuenta, ahora cada vez que voy a subir una foto al manicomio (eso sí, superescogida, en la que no se me noten tanto las arrugas), me siento ridícula. Aun así, termino compartiéndola y sirviéndome como un plato de carne sometida al juicio implacable de la clientela, que opina si está gustosa, mal presentada o demasiado cruda.
No niego que las redes se usan de muchas otras maneras muy provechosas y benditas, bien diferentes a ser el vehículo más popular del yoísmo universal. Solo que estoy aturdida con esta forma en particular, intoxicada de tanto yo, sobre todo del mío. No viene mal cuestionar su avidez demencial y, en mi caso, por salud mental, atreverme a tentar al olvido, el enemigo más temido por la fama, aunque sea de vez en cuando.
MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
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