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Fajardo

Iré por usted, profesor; ya veremos cómo nos va en el examen final.

Tengo 52 años, o sea, la edad de nuestro, ojalá, último conflicto armado y nunca he votado. Me encuentro entre esos millones de personas que han creído que su voto no iba a hacer ninguna diferencia y que han visto pasar la historia sufrida de su país con una impavidez que hoy me da más miedo que la misma guerra. Ha transcurrido todo este tiempo sin que haya sentido que podía formar parte de un cambio social ni que esa sociedad me necesitaría para eso como necesita a cada uno de sus individuos.
Nunca he votado por muchas razones, siendo el egoísmo y la pereza de salir a la calle a hacer fila, las más sinceras. Desde joven empecé a ganar dinero con mi trabajo y eso me bastaba para vivir tranquila. Mis intereses estaban concentrados en mi propio bienestar y en asegurar mi independencia en todos los sentidos. Elegir un presidente jamás me pareció definitivo, pues mi buena situación iba a ser la misma quedara quien quedara, por eso no recuerdo haberme puesto feliz o triste porque ganó o perdió un candidato.

Voy a estrenar mi voto por una persona que pertenece a uno de los gremios más admirables pero más manipulados por el espectáculo político: el de los maestros.

Eso sí, siempre rechacé de manera irrefrenable la figura de los políticos; muy pocos me han inspirado verdadero respeto. He observado ocurrir la comedia del poder desde un punto muerto, como una niña ensimismada en su juego fantasioso que de repente se voltea a mirar impasible una pelea de muchachos en el patio de un colegio. Una pelea banal, que aún ahora, cuando veo la política disfrazarse de bien y de verdad, me lo sigue pareciendo. Sin embargo, en este preciso momento veo la elección democrática como uno de esos posibles errores que vale la pena cometer si la apuesta es para lograr que algún día las condiciones básicas de vida sean dignas para todos.
Siguiendo este anhelo, voy a estrenar mi voto por una persona que pertenece a uno de los gremios más admirables pero más manipulados por el espectáculo político: el de los maestros. Pero mi voto no es aritmético ni calculado, ni en contra de sus también muy calificados rivales. No será un voto mesiánico por “el que es”, ni por “el mejor”, pero sí por su disposición abierta a la diferencia. Será un voto por el equipo diverso y capaz que lo rodea, afín con el intenso énfasis que su programa hace en la lucha contra la corrupción, el mal sin el cual su viable propuesta de transformación social probablemente saldría adelante.
Entonces, iré por usted, profesor; ya veremos cómo nos va en el examen final.
MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
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